Bolivia: diplomacia en ruinas y servilismo internacional

Bolivia ha dejado de ser un actor soberano en el escenario internacional. Mientras el mundo condena las agresiones de regímenes autoritarios, la diplomacia boliviana opta por la ambigüedad, el silencio y la sumisión ideológica. El servilismo del MAS en la ONU y la falta de estrategia en el MERCOSUR han llevado al país a un aislamiento peligroso. ¿Podrá Bolivia recuperar su voz antes de quedar atrapada en la irrelevancia global?.

Editorial18 de marzo de 2025Mauricio Ochoa UriosteMauricio Ochoa Urioste
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Foto:Referencial.

La política exterior de Bolivia no atraviesa solo un momento crítico; está en ruinas. El país ha pasado de ser un actor clave en la integración regional a convertirse en un satélite de gobiernos autoritarios, sin visión estratégica ni capacidad de negociación. En casi dos décadas de gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS), la diplomacia ha sido reducida a un instrumento de servilismo ideológico, eliminando cualquier atisbo de profesionalismo en el Servicio Exterior.

El caos en la adhesión de Bolivia al MERCOSUR, denunciado por Javier Viscarra, y el pronunciamiento de Diplomacia en Democracia son solo la punta del iceberg de un problema mucho más profundo: la destrucción sistemática de la institucionalidad diplomática, el aislamiento internacional y la irresponsabilidad absoluta en la conducción de la política exterior. No hay estrategia, no hay objetivos nacionales, solo una política de alineamiento incondicional con gobiernos afines al MAS, sin importar el costo para el país.

El escenario más evidente de esta degradación diplomática es la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Desde que el MAS asumió el poder en 2006, Bolivia ha utilizado su presencia en organismos multilaterales para defender y justificar los intereses de dictaduras, en lugar de actuar con autonomía y principios. Las votaciones y discursos de la delegación boliviana han mostrado una alineación ciega con gobiernos totalitarios, debilitando la imagen del país como un actor soberano en la comunidad internacional.

Bolivia ha demostrado una postura ambigua en la ONU respecto al conflicto en Ucrania. Mientras otras naciones democráticas condenaban la invasión rusa, Bolivia optó por abstenerse en votaciones clave, evitando una postura clara sobre la agresión. En lugar de alinearse con la mayoría de países que exigen la retirada de tropas rusas y el respeto a la soberanía de Ucrania, la diplomacia boliviana prefirió guardar silencio y mantenerse en una zona gris, lo que ha sido interpretado como una falta de compromiso con el derecho internacional y los principios básicos de la no intervención y la paz.

El 2025 no solo es un año electoral; es la última oportunidad para salvar lo poco que queda de la institucionalidad diplomática del país. Si el MAS sigue gobernando, Bolivia continuará su descenso al aislamiento, la improvisación y la sumisión ideológica. La única forma de reconstruir la política exterior es desmontar el aparato de corrupción y servilismo que ha convertido a la diplomacia boliviana en un chiste de mal gusto. El país necesita recuperar su voz soberana en la ONU, su capacidad de negociación en la región y su credibilidad internacional.

Bolivia no puede permitirse seguir siendo un peón en el tablero de intereses ajenos. Su política exterior debe responder a los intereses del país, no a los de un partido político ni a los de dictaduras extranjeras. Es momento de recuperar el profesionalismo, la independencia y la dignidad en la diplomacia. El MAS ha demostrado que no está a la altura de ese desafío. El futuro de Bolivia en el mundo depende de que se corrija este rumbo de inmediato.

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