Entre la ilegalidad y el mesianismo: el bombardeo de Irán y la peligrosa reinvención del Oriente Medio

La historia contemporánea del Oriente Medio vuelve a ser escrita con sangre, fuego y discursos grandilocuentes. En el centro de esta nueva catástrofe geopolítica, el reciente bombardeo de las instalaciones nucleares de Irán por parte de Estados Unidos —orquestado por un Donald Trump cada vez más desinhibido y secundado por un Benjamin Netanyahu eufórico— marca un antes y un después.

EditorialEl domingoRedacciónRedacción
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Imagen:Pixabay

Dos potencias nucleares, Estados Unidos e Israel, han decidido imponer su ley, con el argumento, jamás probado, de que un tercer Estado estaría a punto de sumarse al club atómico. El resultado: una región aún más inestable, una arquitectura internacional quebrada y una advertencia que resonará durante décadas.

Un acto ilegal, imprudente y desestabilizador

Tal como subraya el The Guardian en su reciente editorial, el ataque de Washington y Tel Aviv no solo ha violado de forma flagrante el derecho internacional, sino que también ha dado la espalda a cualquier intento serio de solución diplomática:

«El ataque de Israel –y el de Estados Unidos– contra Irán no puede justificarse bajo la doctrina de legítima defensa del derecho internacional» (The Guardian).

La administración Trump, que en campaña prometió «detener el caos en Oriente Medio» y «prevenir la tercera guerra mundial», se lanza ahora de cabeza al abismo, atrapada en el juego de su propio populismo y las presiones de un aliado israelí que ve en cada crisis una oportunidad para consolidar su hegemonía regional.

La retirada de Estados Unidos del acuerdo nuclear de 2015, supervisado por la administración Obama, marcó el inicio de esta espiral. Irán, que durante años buscó la negociación como escudo frente a la agresión, se ve hoy golpeado de forma brutal cuando, pese a los bombardeos israelíes, aún mostraba disposición a volver a la mesa. El mensaje al mundo es claro y devastador: quien busca un acuerdo enfrenta el castigo; quien se arma hasta los dientes, como Corea del Norte, gana margen de maniobra.

«Su adopción de ataques preventivos es útil para Vladimir Putin, Xi Jinping y cualquier líder que quiera llevar a cabo los suyos propios» (The Guardian).

El nuevo Oriente Medio: sin fronteras ni razones

Como señalan Dov Alfon y Hamdam Mostafavi en Libération, lo que emergió de esta operación es un «nuevo Oriente Medio», una región sin fronteras claras, sin actores estables, donde los conceptos de vencedor y vencido son transitorios y vacíos:

«Este nuevo Oriente Medio no tiene fronteras seguras y reconocidas. Pero ¿acaso esta región las ha tenido alguna vez?» (Libération).

Netanyahu, al menos en lo inmediato, se presenta como el gran vencedor: el estadista valiente, el «defensor de la civilización», el arquitecto de un escenario donde Israel vuelve a ser el indispensable socio occidental. Irán, por su parte, ha visto cómo en un solo fin de semana se desmoronaba lo que durante casi medio siglo consideró su escudo frente a los rivales regionales: su programa nuclear.

En este nuevo mapa, otros actores se asoman a escena con pretensiones de mediadores o jugadores decisivos: el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, el Kremlin de Putin, que incluso recibe al ministro iraní de Exteriores, intentando vender un rol improbable de pacificador. Pero en este laberinto, el viejo axioma de que «el enemigo de mi enemigo es mi amigo» pierde sentido. La maraña de intereses cruzados y ambiciones desbordadas hace imposible distinguir aliados de rivales.

El mesianismo como combustible de la guerra

Lo más alarmante, sin embargo, es el combustible ideológico que alimenta esta crisis. Del lado estadounidense, la decisión de bombardear parece menos motivada por fríos cálculos estratégicos que por un misticismo peligroso:

«Cuatro días antes de la decisión de Trump, la Casa Blanca difundía un mensaje [...] explicando que Dios había dejado la vida a Donald Trump únicamente para que pudiera bombardear Irán» (Libération).

Trump, rodeado de un entorno evangélico que ve en el conflicto una suerte de mandato divino, ha revestido de sacralidad una acción que debería haber sido dictada por la razón de Estado. No es casual que su alocución culminara con un tono casi litúrgico:

«Quiero agradecer a todos, y en particular a Dios. Solo quiero decir que te amamos, Dios, y que amamos a nuestro gran ejército. Protégelos. Que Dios bendiga Oriente Medio. Que Dios bendiga Israel y que Dios bendiga América» (Libération).

Al otro lado, el régimen iraní, con el ayatolá Khamenei al frente, responde desde un espejo ideológico igualmente cargado de dogmas:

«En este enfrentamiento mortal, todo pragmatismo parece haber sido abandonado por parte de Irán» (Libération).

La visión de una República Islámica destinada a liderar el triunfo del islam frente a un Occidente decadente lo empuja a una resistencia suicida, sin espacio para la moderación. Dos liderazgos enfrentados, ambos convencidos de tener a Dios de su lado, arrastran a sus pueblos hacia el abismo.

Entre la espada y el vacío: el coste humano y político

El pueblo iraní, como tantas veces, es el gran perdedor invisible de esta tragedia. Sufre las sanciones, los bombardeos, la represión interna y ahora el riesgo de una guerra total que podría convertir la región en un cráter de cenizas. El cierre del estrecho de Ormuz, que el Parlamento iraní ha aprobado a la espera del visto bueno final, amenaza con desatar una crisis económica global de proporciones incalculables.

Europa, atrapada en su impotencia y sus contradicciones, pide desescalada mientras sus gobiernos oscilan entre la condena y la complicidad. China y Rusia condenan el ataque, pero no mueven un dedo por Teherán. Y mientras tanto, los mercados tiemblan, los precios del petróleo se disparan y el eco de la guerra resuena en cada rincón del planeta.

El final de un orden y el riesgo de un caos duradero

El bombardeo de Irán no es solo un ataque preventivo ilegal; es un acto que dinamita los cimientos de la gobernanza internacional, legitimando la ley del más fuerte y el uso de la fuerza como herramienta de primer recurso. Es un regalo a todos los autócratas del mundo que sueñan con justificar sus propias agresiones.

«Incluso si se puede contener la crisis inmediata en el Oriente Medio, es posible que el costo de este acto imprudente no se sienta o comprenda plenamente durante decenios» (The Guardian).

Entre tantos dioses invocados y tantas banderas enarboladas, la razón, la diplomacia y el derecho internacional parecen haber sido arrinconados. Pero solo en su rescate reside la posibilidad de evitar que el Oriente Medio —y el mundo entero— se convierta en el escenario de un conflicto sin vencedores, poblado únicamente por vencidos.

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