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El conversatorio virtual organizado por la plataforma Diplomacia en Democracia se llevó a cabo con éxito este viernes 4 de abril. El evento reunió a destacados expertos bolivianos como Carmen Sandoval, Jaime Aparicio, Víctor Rico y Javier Viscarra, quienes propusieron una reorientación de la política exterior del país. Moderado por el embajador Alberto Zelada, el panel ofreció un análisis profundo sobre los retrocesos de la diplomacia boliviana en las últimas dos décadas y trazó una hoja de ruta para recuperar la institucionalidad y el interés nacional.
Actualidad04 de abril de 2025En un escenario marcado por el declive económico interno y una reconfiguración geopolítica global, Bolivia se enfrenta a una pregunta clave: ¿qué rumbo debe tomar su política exterior? Este fue el eje central del conversatorio virtual “Nueva Política Exterior para Bolivia”, organizado por Diplomacia en Democracia y transmitido el viernes 4 de abril. El espacio se caracterizó por una crítica contundente a la diplomacia ejercida en los últimos años y por la articulación de propuestas concretas desde una visión profesional, institucional y desideologizada.
Carmen Sandoval Landívar, diplomática de carrera, abrió el panel con una exposición rigurosa sobre los efectos nocivos del modelo impuesto desde 2006 bajo el rótulo de “diplomacia de los pueblos”. Según Sandoval, este enfoque rechazó los principios tradicionales del derecho internacional, desdibujó la noción misma del sujeto estatal en las relaciones exteriores e improvisó representaciones diplomáticas con criterios políticos antes que técnicos.
“La diplomacia de los pueblos ha sido un fracaso. Bolivia se ha alejado de la profesionalización y ha pagado un alto precio por ello: pérdida de institucionalidad, desconocimiento de normas internacionales y debilitamiento de su imagen externa”, afirmó.
Alertó también sobre la inactividad de la academia diplomática y denunció que los cargos más altos del servicio exterior fueron ocupados por personas sin formación ni experiencia. En su diagnóstico, las designaciones discrecionales han marginado a los diplomáticos de carrera, en desmedro de la continuidad, la coherencia y la eficacia del servicio exterior boliviano.
El exembajador ante la OEA Jaime Aparicio Otero planteó una crítica demoledora al enfoque internacional del MAS. Según expuso, la política exterior boliviana fue delegada, de facto, a intereses de potencias como Cuba, Venezuela, Irán o Rusia.
“No era que no tenían política exterior: tenían una al servicio de otros. Los votos de Bolivia en organismos internacionales eran negociados como fichas para beneficiar agendas ajenas”, denunció.
Aparicio señaló que esta lógica fue eficaz en colocar al país en cargos internacionales, pero siempre subordinado a una red ideológica regional con objetivos distintos a los bolivianos.
Asimismo, criticó el uso de los fondos públicos para financiar viajes y encuentros de movimientos sociales aliados al partido oficialista, en nombre de una “diplomacia paralela” sin impacto estratégico.
“Nuestra política exterior fue antioccidental, antiestadounidense, ideologizada y profundamente desinstitucionalizada. No hubo defensa del interés nacional, sino alineamiento automático con causas foráneas”, sentenció.
Víctor Rico Frontaura, con amplia experiencia en organismos multilaterales, abordó los desafíos geopolíticos del presente y el lugar que Bolivia debería ocupar en ellos. Describió un escenario global fragmentado, con tensiones crecientes entre China y Estados Unidos, un orden multilateral debilitado, y una América Latina profundamente desagregada.
En ese contexto, propuso una “política exterior pragmática y activa, sin alineamientos automáticos”, capaz de reposicionar a Bolivia como un país confiable, abierto al mundo, respetuoso del derecho internacional y capaz de generar alianzas según sus intereses y no por afinidades ideológicas. Rico insistió en que la política exterior debe ser una herramienta de desarrollo económico, promoviendo el comercio exterior, el turismo, las inversiones y el acceso a mercados. “La Cancillería debe recuperar su rol como facilitadora del crecimiento y de la estabilidad”, afirmó.
También cuestionó el estancamiento en el proceso de adhesión al Mercosur, y planteó que Bolivia debe retomar una agenda de integración física y comercial con sus vecinos.
“Debemos dejar de elegir entre Estados Unidos o China. Necesitamos una política de no alineamiento activo, con criterio estratégico”, propuso.
Javier Viscarra Valdivia, exfuncionario diplomático y especialista en derecho internacional, centró su intervención en las derrotas jurídicas de Bolivia en La Haya. Analizó críticamente la estrategia jurídica en la demanda marítima contra Chile, argumentando que se basó en una interpretación errónea del derecho internacional.
“Se quiso obligar a negociar con base en declaraciones unilaterales sin respaldo en acuerdos formales. Fue una apuesta mal calibrada”, afirmó.
Viscarra recordó que la Corte Internacional de Justicia fue clara en su fallo: sin voluntad jurídica explícita, no hay obligación. Si bien reconoció el valor ético y político del reclamo marítimo, sostuvo que la debilidad jurídica condenó la estrategia boliviana. Asimismo, cuestionó el manejo de los recursos hídricos compartidos, como el caso del río Lauca, desviado unilateralmente por Chile, y propuso institucionalizar un cuerpo técnico-jurídico permanente que preserve antecedentes y sostenga futuras acciones diplomáticas con visión de largo plazo.
El moderador del evento, el embajador Alberto Zelada, introdujo y cerró el conversatorio con una reflexión crucial: la política exterior rara vez figura entre las prioridades del debate electoral, pero es una herramienta clave para la gobernabilidad, la estabilidad y el posicionamiento internacional del país.
“No será un tema que gane votos, pero sin duda puede marcar la diferencia entre la improvisación y el Estado”, expresó.
El evento dejó una conclusión compartida por todos los participantes: Bolivia necesita una política exterior profesional, institucionalizada y anclada en sus intereses permanentes. Revalorizar la carrera diplomática, recuperar el rol de la Cancillería, construir una narrativa internacional coherente y actuar con visión estratégica ya no son opciones: son urgencias. La “diplomacia de los pueblos”, presentada como una innovación revolucionaria, terminó siendo un costoso experimento que aisló al país y lo subordinó a agendas ajenas. Lo que se necesita ahora es una política exterior con identidad nacional, racionalidad técnica y vocación internacionalista.
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