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Entre la angustia por la enfermedad y la desesperación por los costos, familias enteras viven una doble tragedia: la falta de medicamentos en hospitales públicos obliga a salir al mercado informal, donde los precios se han disparado más de un 100%. Mientras tanto, los enfermos esperan… o no sobreviven.
Actualidad07 de abril de 2025En las puertas del hospital Japonés, la escena se repite cada día: rostros de angustia, recetas en mano, y la misma respuesta en la farmacia institucional: “No hay”. La escasez de medicamentos se ha vuelto un fenómeno estructural que golpea a los más vulnerables. Hoy, conseguir un antibiótico de uso hospitalario como la vancomicina o imipenem puede ser una tarea imposible dentro del sistema público.
“Nos entregan solo lo básico: jeringas, sueros, llaves de tres vías. Todo lo demás, si lo quieres, tienes que salir a comprarlo… y si puedes pagarlo”, comenta una profesional médica con frustración, mientras señala una receta médica que apenas fue cubierta en un 20%.
Las familias, muchas de ellas con escasos recursos, deben elegir entre endeudarse o renunciar a la posibilidad de tratar a sus seres queridos. La falta de divisas ha disparado el precio de los medicamentos hasta en un 200%, según el Colegio de Bioquímica y Farmacias de Santa Cruz. Analgésicos comunes como el Tramadol duplicaron su valor en semanas, y fármacos oncológicos como el PEG-asparaginasa ya superan los Bs 10.000.
“Los papás lloran cuando les dicen cuánto cuesta una quimioterapia. Hay quienes se resignan porque no les alcanza”, relata Marcela, madre de un niño con leucemia que ha tenido que recurrir a terapias alternativas y medicamentos de contrabando para continuar el tratamiento.
Las historias son desgarradoras. Un niño de cinco años falleció en quirófano luego de esperar horas por una intervención que nunca llegó a tiempo: no había anestesia. En las historias clínicas queda registrada la realidad: urgencias quirúrgicas detenidas por falta de insumos.
“Ese paciente estaría vivo si tuviéramos el medicamento a mano”, lamenta una doctora.
La situación en los hospitales ha desbordado incluso la capacidad de atención. En Emergencias, los pasillos están llenos. Camillas improvisadas, pacientes sentados, y hasta bebés conectados a respiradores manuales. Una madre y dos médicas se turnaban con un ambú para mantener con vida a un recién nacido dentro de una ambulancia porque no había espacio adentro.
“Duele ver cómo hay gente que no muere por su enfermedad, sino por la espera. Por no tener el medicamento. Por no tener dinero. Porque no había una cama”, dice entre lágrimas María Elena Roca, hermana de una paciente con diagnóstico de coágulo cerebral, tras haber gastado Bs 5.000 en menos de 24 horas.
Mientras tanto, el Ministerio de Salud asegura estar en reuniones con importadores y representantes de la industria farmacéutica para revisar los precios y facilitar el acceso a medicamentos. Pero las soluciones llegan tarde. Las vidas no esperan.
En este sistema, la enfermedad no es la única amenaza. Lo es también la pobreza. Y en Bolivia, hoy, enfermarse puede ser una condena.
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