La pobreza avanza en Bolivia: salarios estancados y familias al borde del colapso

Mientras los precios suben y los ingresos no alcanzan, más bolivianos sobreviven entre el endeudamiento, la informalidad y la asistencia comunitaria. Expertos advierten que la crisis apenas comienza y que el modelo económico del gas está agotado.

Economía06 de abril de 2025José Ochoa RenjelJosé Ochoa Renjel
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Foto: El Deber.Mónica Fernández Rivero saca adelante a sus cinco hijos con ingresos que no superan los Bs 1.000 mensuales. Recorre las calles vendiendo dulces y acude con frecuencia a los mercados, donde depende de la solidaridad de los vendedores para obtener alimentos descartados.

La crisis económica ha dejado de ser una amenaza lejana para convertirse en una realidad diaria en Bolivia. Las historias que antes eran excepcionales —madres que mendigan comida, comerciantes que ya no venden, familias que eliminan la carne de su dieta— ahora forman parte del paisaje cotidiano en mercados, barrios y calles del país.

Mónica Fernández Rivero es un ejemplo de esta nueva normalidad. Tiene cinco hijos menores de edad y vive con menos de Bs 1.000 al mes, vendiendo chupetes en las calles y pidiendo verduras desechadas en los mercados. “A veces nos toca la papa medio podridita”, cuenta. Desde que la Alcaldía le quitó el carrito con el que vendía comida, nunca más pudo recuperar su fuente de ingresos.

Como ella, Dora Bautista, vendedora de comida en el mercado El Trompillo, ha visto cómo sus ventas se redujeron un 30% en menos de un año.

“Hay días en que la gente solo puede pagar por la sopa o el segundo, pero no ambos. Nunca había visto tan fea la situación”, lamenta.

La crisis se traduce en menos ventas, más deudas, mayor demora en los pagos y una pérdida visible del poder adquisitivo. Regina Cabrera, comerciante de toallas, señala que antes sus clientes saldaban sus deudas en un mes y medio; hoy, se demoran hasta tres meses. Aun así, insiste en mantener la esperanza: “Por lo menos que nuestras hijas tengan un trabajo”.

Pero más allá de las historias personales, los indicadores estructurales también pintan un panorama sombrío. René Martínez, economista de la Fundación Jubileo, explica que Bolivia atraviesa una crisis originada en desequilibrios macroeconómicos profundos. “El gasto público se disparó por años, generando un déficit fiscal crónico. Ya no tenemos divisas, estamos al borde del default de deuda externa y el Gobierno ha dejado de publicar los datos desde 2023”, advirtió.

Martínez sostiene que el modelo rentista basado en el gas colapsó sin haber generado una transformación productiva. “Ahora importamos hidrocarburos y mantenemos un tipo de cambio congelado desde 2011, lo cual ha beneficiado al contrabando y ha matado al productor nacional”, señaló.

Carlos Aranda, del Centro de Estudios Populi, es aún más directo:

“Estamos solo en la antesala de la crisis real. Lo peor está por venir, porque se necesita un plan de ajuste y eso significa medidas dolorosas que nadie se atreve a proponer en campaña”.

Ambos expertos coinciden en que no existen estadísticas confiables ni actualizadas sobre pobreza y endeudamiento, lo que impide dimensionar con exactitud la magnitud del deterioro. Aun así, Aranda estima que, solo en términos del Índice de Precios al Consumidor, los bolivianos se han empobrecido un 13% o 14% en el último año. Si se considera únicamente el precio de los productos importados, la pérdida del poder adquisitivo podría alcanzar el 26%. “El café ha subido 80%, los pañales 60%. Hay bienes que están fuera de control”, detalló.

En este contexto, el Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA) anunció que en los próximos días publicará un informe que apunta en la misma dirección: el modelo del gas fracasó en transformar la estructura económica del país, donde el 90% de las unidades económicas urbanas tienen menos de cinco trabajadores y menos del 1% emplea a más de 50 personas.

CEDLA también criticó la medición oficial de pobreza, basada únicamente en el ingreso monetario y sin una actualización sistemática desde 2021. En su análisis, la clase media independiente —frágil y sin protección social— representa casi la mitad de la estructura social de las principales ciudades del país.

Mientras tanto, la vida de miles de familias se reduce a estrategias de supervivencia. Algunas venden lo poco que tienen, otras endeudan lo que no pueden pagar. Y muchas, como Mónica y sus hijos, siguen caminando por las calles, vendiendo dulces, pidiendo lo que sobre, esperando que la crisis no se los lleve por completo.

Fuente: El Deber

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