
Bolivia despertó el 17 de agosto de 2025 a una realidad que pocos imaginaron posible. Las urnas, esos recipientes sagrados de la voluntad popular, habían pronunciado un veredicto que resonaría como campanas de libertad en los rincones más remotos del continente: el fin de una era, el alba de otra, y en el medio, el silencio expectante de una nación que por dos décadas había olvidado la esperanza genuina.