
C – A – S – A: convertir estos tres signos distintos en una palabra, una idea y un significado es lo que conseguimos cuando aprendemos a leer. Pero no es una habilidad natural de nuestro cerebro.
Para lograr un desarrollo lector y escritor adecuado es fundamental que las estructuras y conexiones cerebrales sobre las que se asienta sean robustas. La construcción de los cimientos empieza años antes del aprendizaje explícito en la escuela: prácticamente desde que nacemos, cuando escuchamos las primeras palabras y comienzan nuestras interacciones sociales.
Unos cimientos sólidos
Estos son ejercicios sencillos pero eficaces para, desde los dos años, mejorar la concentración, la discriminación de sonidos y palabras y la memoria visual y auditiva, todas ellas habilidades esenciales para la comprensión y la expresión verbal:
Repetir ritmos con palmadas. Facilita la planificación, la discriminación de sonidos, la atención auditiva y la secuenciación.
Cantar canciones. Beneficia la discriminación auditiva, la memoria de trabajo verbal, la memoria a corto y largo plazo auditiva y la articulación de fonemas.
Asignar un signo a un objeto o imagen e ir incorporando nuevos sin dejar de repetir los anteriores. Por ejemplo, Alicia levanta las manos; Cristina nombra a Alicia y levanta las manos y da una palmada; Celia nombra a Alicia y levanta las manos, nombra a Cristina y da una palmada y se agacha… Este ejercicio facilita el desarrollo de la atención auditiva y visual, la discriminación de palabras y sonidos, la planificación, la flexibilidad cognitiva, la memoria visual y auditiva y la orientación visoespacial.
Bailar y ante una indicación permanecer quietos. Favorece la inhibición, la autorregulación, la atención auditiva, la memoria de trabajo verbal, la coordinación general y específica del cuerpo y el esquema corporal.
Contar números hacia atrás de tres en tres: mejora la memoria de trabajo verbal, la planificación, la atención y el conocimiento de los números. A partir de 4-5 años, se podría iniciar desde el número diez y, con la edad, ir aumentando progresivamente el número inicial de partida.
Jugar al tangram, un rompecabezas con varias piezas de formas diferentes con las que se pueden formar figuras. Por ejemplo, crear un perro con seis piezas de distintas formas. Este juego entrena la orientación visual y espacial, creatividad, resolución de problemas, atención visual, autorregulación y reconocimiento de formas geométricas.

Jugando con las palabras
También podemos practicar con actividades más específicas para la lectura como:
Presentar una frase en orden correcto o incorrecto y que los pequeños tengan que repetirla después. Por ejemplo, decimos a los niños: “casa verde es La” y tienen que repetir: “La casa es verde”. De esta manera, estamos estimulando su capacidad de memoria de trabajo, la planificación, la atención, el reconocimiento de palabras, la sintaxis, la comprensión oral y escrita y la expresión oral.
Dar tres palabras para que inventen una breve historia con sentido. A partir de los 3 años, los niños ya tienen capacidad para realizar esta actividad que potencia la planificación, la creatividad, la memoria de trabajo verbal, el vocabulario, la morfosintaxis, la expresión oral, la pragmática (es decir, cómo el contexto modifica o condiciona los significados), la autorregulación y la flexibilidad cognitiva.
Decir palabras pertenecientes a dos o tres categorías semánticas y pedir a los niños que indiquen cuando se corresponden con una determinada categoría. Una categoría semántica es un conjunto de palabras que tienen algo en común, una forma de organizar las palabras o ideas. Por ejemplo: decimos a los niños “manzana”, “estuche”, “sandía” y “sacapuntas” y tienen que levantar la mano solo cuando escuchen la palabra que sea una fruta. Con esta tarea, se estimula su capacidad de abstracción, inhibición, memoria de trabajo, autorregulación, acceso al significado de palabras y comprensión.
Adivinar la letra o palabra incorrecta. Por ejemplo: “t_mate” o “tamate”, en vez de “tomate”. Con esta actividad mejoramos la conciencia fonológica, la discriminación y atención, la memoria de trabajo, la planificación, la flexibilidad cognitiva y la resolución de problemas.
Todas estas actividades pueden iniciarse a partir de los 2-3 años, teniendo en cuenta la necesidad de adaptar el grado de complejidad al nivel de cada niño.
Cuentos, muchos cuentos
La narración oral o lectura de cuentos constituye una experiencia compartida que facilita que los niños se involucren personalmente en las historias, reforzando el desarrollo de su pensamiento, atención, memoria, creatividad, resolución de problemas, autoestima, motivación, habilidades sociales y conciencia cultural. Esta es, en mi opinión, la actividad estrella para estimular la función ejecutiva en niños a partir de los 2 años.
Podemos utilizar cuentos para aprender el alfabeto como Érase una vez el alfabeto, de Oliver Jeffers; para fomentar la participación como El día que los crayones renunciaron, de Drew Daywalt, y para favorecer el aprendizaje en otro idioma como Spot Goes to School, en la enseñanza del inglés en Educación Infantil.
Adaptarse a cada ritmo
Ya en la escuela, también existen estrategias para apoyar el aprendizaje tan básico de la lectura y la escritura. Cada persona tiene un ritmo diferente, pero estas diferencias son todavía más intensas en edades tempranas.
Hay maneras de asegurarnos que los estudiantes comprenden la tarea: hacer los enunciados sencillos y comprensibles (usar frases cortas y con vocabulario sencillo); proporcionar mapas conceptuales de los contenidos antes de las clases; secuenciar y simplificar las instrucciones; subrayar lo relevante; permitir apoyos visuales y materiales; conceder más tiempo para las tareas a quien lo necesite, y animar al trabajo en equipo con otros compañeros. La autoestima es un elemento muy importante para lograr un aprendizaje exitoso.
Algunas actividades que nos pueden servir para todos los ritmos y estilos de aprendizaje son: construir rimas con palabras, jugar al ahorcado, hacer “sopas de letras”, contar una historia a partir de una imagen o lámina, definir categorías semánticas, crear diccionarios, buscar letras y hacer dibujos en palabras para ayudar a fijar la ortografía (por ejemplo, una vaca y sus cuernos que hacen la forma de la v, para ayudar a establecer que la palabra “vaca” cuando se refiere al animal es con v).
¿Cómo pueden ayudarnos las herramientas digitales?
Con precaución y moderación, y siempre acompañados, los niños pueden usar aplicaciones como Primero Lee, para la conciencia fonológica, o Read Along, que emplea inteligencia artificial para que niños de 6 a 10 años practiquen la lectura en voz alta. La plataforma Pictocuentos permite la representación de cuentos en pictogramas descargables gratuitamente, siendo indicada para edades más iniciales o estudiantes con dificultades.
También existen recursos digitales para estudiantes con dificultades.
La comprensión del significado y el aprendizaje profundo
Cuando la mecánica lectora ya está dominada, se puede empezar a trabajar la comprensión lectora. En el aula y en casa, se pueden poner dos textos con temas similares pero conclusiones diferentes y pedir a los niños que piensen en qué elementos o personajes hacen que el final cambie, hacer preguntas que conecten sus conocimientos previos con detalles del texto, hacer preguntas por ejemplo sobre qué puede estar pensando o sintiendo un personaje del texto.
Solo una comprensión significativa va a generar un aprendizaje de calidad en todos los ámbitos académicos. Aprender a leer es mucho más que conocer las letras y cómo se combinan. Antes, durante y después de haber adquirido la capacidad de leer, podemos usar estas actividades para asegurar un aprendizaje eficaz y con los menores tropiezos: el objetivo final es que todos los niños partan de una buena comprensión lectora para lograr un rendimiento académico óptimo.
Cristina de la Peña Álvarez, Profesor titular, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.