
Ser hombre o mujer, y cómo hemos aprendido a serlo o nos ha enseñado a serlo la sociedad en la que vivimos, influye en la forma de enfrentarse al éxito. Por ejemplo, algunas personas, ante un triunfo, sufren lo que hace décadas la psicóloga Pauline Clance definió como el “síndrome de la impostura”. Les hace dudar de su valía, considerar su éxito resultado del azar y minusvalorar su esfuerzo. En ocasiones se ven paralizadas por el miedo a ser descubiertas como un fraude.
Muchos estudios muestran que este síndrome tiene una prevalencia mayor entre las mujeres. Ello afecta a la autoeficacia, la autocompasión, la autoestima y genera actitudes perfeccionistas, depresión, ansiedad y, en ocasiones, abandono. También es una de las causas tras el fenómeno del “suelo pegajoso”, como se denomina a la dificultad de avanzar en la carrera profesional.
Si alguien piensa que no está a la altura, y a esto sumamos ciertas limitaciones estructurales –definidas como el “techo de cristal”–, podemos entender desigualdad de género en los ámbitos profesionales.
Alumnas que se sienten impostoras
¿Qué ocurre con las nuevas generaciones, y hasta qué punto afecta este síndrome a los universitarios de hoy? Nuestros estudios en grados como el de Ciencia Política muestran que el síndrome extremo afecta al 20 % del alumnado femenino.
Hay una relación entre este síndrome y las normas de género, es decir, lo que se entiende que es femenino o masculino. Por ejemplo, en el caso de las mujeres, la perfección y la discreción se valoran, mientras que la socialización masculina está más centrada en lo público. En los hombres puntúa más la vehemencia o la invulnerabilidad.
Hablar de esto con los universitarios puede permitirles hacerse conscientes de ello y también diagnosticarse. En algunos casos, para hacer frente a la parálisis, y en otros, para evitar problemas derivados de la excesiva seguridad.
El síndrome en los estudios de doctorado
El estudio del síndrome del impostor es clave para entender quién protagoniza el avance de la ciencia. En reciente Trabajo de Fin de Grado, en el que se pasó el cuestionario a 560 doctorandos de la Universidad del País Vasco (el 14 % del total) y se realizaron entrevistas en profundidad, se puede comprobar cómo el género afecta a la trayectoria doctoral.
Se observa una diferencia de 9 puntos en la intensidad con la que se tienen sentimientos de ser impostor entre doctorandos (60 sobre 100 puntos) y doctorandas (69 sobre 100). La experiencia de síndrome intenso (más de 80) atraviesa al 21 % de las mujeres y solo al 10 % de los hombres. En contraste, la ausencia de síndrome (de 20 a 40 puntos en el test) solo está en el 3,2 % de las chicas frente al 10 % de los chicos.
Por disciplinas, la intensidad media del síndrome se dispara en Artes (con una media de 72,49 puntos sobre 100 de las chicas frente a 57,63 de los chicos) y en ciencias (con 70,15 frente a 57,63).
El síndrome y el acceso a la investigación
El estudio también concluye que la obtención de becas aumenta la presencia del síndrome tanto en chicos como en chicas. No obstante, los datos cuantitativos indican que los hombres sienten más presión cuando la variable económica se incluye en su proceso de doctorado. En cualquier caso, los testimonios reflejan la presión emocional y la inseguridad que enfrentan quienes solicitan esas ayudas.
Asimismo se destaca la ansiedad en los procesos de selección y la tardanza en la obtención de logros. Incluso al conseguir la beca, persiste la sensación de insuficiencia y dudas sobre el propio mérito; además de una presión por cumplir expectativas ajenas.
Soledad y jerarquías académicas
Todos los testimonios resaltan la necesidad de mayor apoyo institucional para las investigadoras en formación. La soledad y las jerarquías académicas afectan su seguridad y desarrollo, lo que evidencia la importancia de generar redes de apoyo entre compañeras y promover evaluaciones justas.
Además, las personas entrevistadas enfatizan la necesidad de medidas de igualdad y representación para fomentar una comunidad universitaria más justa y accesible. Las entrevistas en profundidad apuntan algunas vías:
“Es importante que la universidad fomente mecanismos de apoyo entre compañeras en procesos como la tesis, porque todas nos sentimos muy solas. (…) Debería ser esencial enseñar a los evaluadores externos a que hagan evaluaciones justas y sin maltratar a la gente. (…) Que las instituciones adopten medidas de igualdad y representación para que todas las personas se sientan parte del sistema.”
En la investigación se observa que el síndrome alcanza niveles máximos en situaciones que implican una exposición o presentación oral. Los datos cuantitativos y cualitativos muestran que la presentación en congresos, seminarios y defensas de tesis son momentos en los que las doctorandas experimentan mayores niveles de ansiedad e inseguridad, reforzando la sensación de fraude intelectual.
El papel del nivel socioeconómico y otros factores
Las entrevistas en profundidad realizadas en esta investigación apuntan a que las condiciones socioeconómicas, como la edad, la clase social y la pertenencia a minorías étnicas, tienen influencia en la intensidad con la que las personas se sienten impostoras. Las doctorandas de entornos más desfavorecidos han manifestado mayores niveles del síndrome, lo que sugiere que la inseguridad académica también se ve afectada por el acceso a recursos.
El conocimiento de estos datos es clave para el aprendizaje en varios sentidos: en primer lugar, nos indica que el género importa y que puede explicar algunas dificultades en el desarrollo académico de las alumnas. El síndrome de la impostora puede ser una de las explicaciones de suelo pegajoso que desincentiva a las mujeres a acceder a puestos de relevancia.
De otra parte, en el plano personal, si se cuenta con datos comparativos, el alumnado puede diagnosticarse. Si esto se acompaña con una interpretación del sistema sexo-género, puede comprender que sus sentimientos tienen una base estructural que, en consecuencia, no responden a solo la personalidad: con conciencia y trabajo pueden llegar a modificar su autopercepción y creencias.
Este artículo se basa en los hallazgos del Trabajo de Fin de Grado realizado por Ane Juez Barona y dirigido por Igor Ahedo, titulado “Doctorándose desde la impostura” presentado en el Grado de Ciencia Política y calificado en 2025 con sobresaliente.
Igor Ahedo Gurrutxaga, Profesor de Ciencia Política - Investigador Principal de Parte Hartuz - Director del programa de doctorado Sociedad, Política y Cultura, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.