
La admisión del presidente de YPFB de que no hay dólares para importar combustibles, sumado al patético anuncio del presidente Arce con 10 medidas que no resuelven nada, han desnudado completamente al gobierno. La crisis económica es ya exasperante y la gente se prepara para lo peor. El gobierno no tiene un peso partido por la mitad y como insiste en ser él el que importe los combustibles sin soltar la mamadera de YPFB, la cosa no tiene visos de mejorar. Sin dólares y sin combustibles el país está entrando en terapia intensiva y a este paso podemos pasar en cuestión de días de una crisis económica a una grave crisis política con convulsión social.
Este es el resultado siniestro de dos décadas de pésimo manejo económico, de despilfarro, de incompetencia, de corrupción, pero sobre todo de seguir la receta de empobrecimiento del Socialismo del Siglo XXI y los sátrapas caribeños. Las miserias que nos tocan vivir hoy son el resultado de la idiotez de un grupo de resentidos que además de farrearse la mayor bonanza de recursos naturales que hayamos vivido, le entregaron el país a las narco-dictaduras de Castro y Chávez.
Pero en medio de la rabia, la confusión, la desesperación, las colas y las peleas por víveres, tengo la sensación de que se abre una luz al final del túnel. Y no es una luz tenue o un destello pasajero, es una luz que, aunque pequeña y bisoña, es nítida y puede llegar a ser la luz que el país ha esperado durante toda su existencia. Tengo la sensación de que hemos podido finalmente dar un paso importante en la batalla de las ideas que nos abre el camino de la esperanza. La gente se ensaña con el MAS y lo culpa por la crisis, por supuesto, pero al momento de plantear soluciones el consenso ya no es pedir mejores administradores del Estado, sino pedir que el Estado haga cada vez menos sin importar quien lo maneje. Este es un tremendo salto cualitativo.
La gente ya no pide que YPFB encuentre soluciones, pide libre e irrestricta importación de combustibles. La gente que antes entendía los aumentos al salario mínimo como “reivindicaciones sociales” ahora los rechaza porque entiende que solo causan desempleo y alza de precios. La gente que se quejaba por el contrabando o la informalidad entiende ahora que estos fenómenos se deben al abusivo régimen impositivo y a las trabas burocráticas que solo sirven para que los políticos nos extorsionen con coimas. La gente que pedía que la salud y la educación sean públicas y gratuitas ahora saben que estos dos importantes servicios no funcionan ni funcionaron nunca porque es el Estado el que las controla. La gente que desesperada por combustibles podría estar pidiendo ahora mismo que la asamblea legislativa apruebe créditos, se opone tenazmente a ellos porque entiende que plata en manos del gobierno es plata perdida que después deberemos pagar. En suma, la gente ha llegado a entender que la solución no pasa por elegir a otros para conducir el Estado, sino que el Estado es el problema y que la verdadera solución pasa por minimizarlo.
Y no hablo de los grandes productores, las élites o los economistas avezados, hablo de la gente de a pie (cada vez más de a pie) que peregrina por dólares o por gasolina. Hablo de esa gente común que empieza a abrir sus ojos a la realidad y empieza a abrazar las ideas de la libertad. Fíjense, por ejemplo, en la marcha de protesta organizada por el Comité Multisectorial y los gremiales que partirá de Patacamaya y tiene prevista llegar a La Paz el 24 de marzo. Esa marcha durará varios días y cada día tendrá un nombre o slogan diferente. Para el primer día han elegido “En defensa de la propiedad privada” y para el último “Libertad.” El cambio conceptual es, entonces, radical. La marcha y la protesta ya no piden que el Estado resuelva los problemas como pasaba antes. La gente pide ahora que el Estado se haga un lado y deje al individuo hacer su propio proyecto de vida.
Esto era impensable hace un par de años, pero el trabajo intelectual de muchos de los que apostamos a la batalla de las ideas viene dando frutos. Está claro, además, que el ejemplo de Argentina, Uruguay o Paraguay, para no ir muy lejos, han sido demoledores. Los bolivianos estamos cansados de ser la cenicienta que espera eternamente por el príncipe azul que administre bien un Estado metido hasta en la sopa. Los bolivianos nos hemos dado cuenta ya de que no hay tal príncipe y que el Estado siempre será pernicioso, aunque lo controlen ángeles. Los bolivianos ya no pedimos redistribución de la riqueza, ahora solamente pedimos que nos dejen libres para producirla. El péndulo se ha movido y si los políticos de oposición no prestan atención serán devorados por la historia.
Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia).


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