Bolivia, la patria que resiste

“Hay países que caminan con paso firme, y otros que tropiezan buscando su alma. Bolivia, siempre, camina herida pero de pie.”

Opinión07 de abril de 2025 Sergio Jhoel Pérez Paredes

A veces parece que Bolivia vive en un eterno amanecer interrumpido. Justo cuando parece que empezamos a ver la luz, una nueva tormenta sacude nuestras esperanzas. Crisis económica, polarización política, instituciones debilitadas, juventud migrante, justicia ausente. Y sin embargo, seguimos aquí. Resistiendo. Soñando. Peleando por la dignidad en cada rincón de esta geografía accidentada, pero inmensamente hermosa.

Hablar de Bolivia hoy es hablar de una patria que no está rota, pero sí está cansada. Una patria que, como muchas veces en su historia, es víctima del olvido de sus élites, de la repetición de sus errores y de la terquedad de sus fantasmas. Es un país que aún se debate entre los restos del pasado colonial y las promesas de una modernidad que nunca termina de llegar. Pero también es hablar de una nación profundamente viva: en la solidaridad del mercado, en el coraje del campesino, en la creatividad de los jóvenes, en el amor obstinado de quienes aún creen que este país puede ser mejor.

La crisis que vivimos no es solo política o económica. Es una crisis moral. Hemos normalizado el cinismo, el oportunismo, la corrupción disfrazada de discurso. Nos hemos resignado a que todo se repita, como si el destino de Bolivia fuera cíclico, como si estuviésemos condenados a girar en una rueda donde las promesas cambian de nombre, pero no de fondo.

Pero en medio de esa oscuridad, la gente aún resiste. Bolivia aún resiste. Y resiste en silencio, como resisten los pueblos que han sido golpeados por siglos, pero que nunca se rinden. Resiste en la mujer de pollera que camina kilómetros para llevar pan a su casa. Resiste en el joven que estudia con velas porque no hay electricidad. Resiste en el artista que pinta murales de esperanza en muros agrietados. Resiste en cada rincón donde alguien aún cree que vale la pena quedarse, que vale la pena luchar.

No es que nos falten recursos, ni ideas, ni talentos. Lo que nos falta es honestidad. Nos falta memoria. Nos falta justicia de verdad, no de discursos. Nos falta reconciliación. Nos falta entender que Bolivia no se construye desde las cúpulas, sino desde abajo, desde los barrios, desde los pueblos, desde los márgenes que nunca fueron invitados al centro.

Y sin embargo, hay belleza. En medio de todo, Bolivia sigue siendo profundamente hermosa. No solo por su geografía majestuosa, sino por su alma. Una alma compleja, mestiza, a veces fragmentada, pero llena de fuerza. Está en el atardecer paceño que se cuela entre los cerros. En el verde del oriente que no se rinde. En el canto de los pueblos que no se han callado. Bolivia es una herida abierta, sí. Pero también es una promesa por cumplir. Y esa promesa está viva en la memoria de quienes no han dejado de luchar por ella.

Ojalá recordemos, incluso en medio del caos, que ningún país se salva solo con política. Se salva con amor, con memoria, con ética. Se salva cuando decidimos que el bien común es más importante que la ambición de unos pocos. Se salva cuando entendemos que patria no es propiedad: es herencia, es deuda, es posibilidad. Y Bolivia merece todas nuestras posibilidades.

Vivimos en una nación donde la esperanza muchas veces ha sido traicionada, pero no vencida. Una nación que, como el ave fénix andino, ha sabido renacer desde sus ruinas una y otra vez. Tal vez por eso seguimos aquí, porque en lo profundo de nuestra identidad, sabemos que Bolivia no es solo un territorio: es un acto de fe.

Bolivia vive. Vive en cada mirada que no se resigna, en cada mano que siembra, en cada voz que denuncia. Vive en quienes se quedan y también en quienes se van, llevando el país en el corazón. No somos un país derrotado. Somos una nación que, a pesar de todo, sigue amando lo que es, y soñando lo que puede ser.

Y eso, en estos tiempos, ya es un acto revolucionario.

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