
Decían los antiguos romanos “Semel in anno licet insanire” que, traducido libremente, significa “A todos está permitido hacer locuras una vez al año”. Esa (única) vez es, en mi caso, el Carnaval, cuyo festejo sigue hoy. En efecto, también este (dizque) solemne columnista ha resuelto tomar en serio la parranda carnavalera y aventurarse a lanzar un Satélite de la Luna un poco “fuera de órbita”.
De la misma manera que G.K. Chesterton censuraba “el misterioso silencio de la poesía sobre el sujeto queso”, también yo reclamo por el inmerecido desprecio de la literatura, el arte y la música por el tema “bostezo”, sin importar que el mismo escritor inglés se contradijo al definir el bostezo como “un grito silencioso”… por un café, le añadiría yo en broma.
Para empezar, preguntémonos por qué bostezamos. Según la Enciclopedia Británica una persona bosteza por lo menos ocho veces por día, por diferentes causas.
Una causa común es el sueño atrasado, como se comprueba en los medios de transporte en la mañana, aun con las nuevas tarifas. Mi abuela sugería dormir no más de siete horas (“siete horas un cuerpo, ocho horas un puerco”), pero no menos.
He notado que algunos bostezan por hambre a la hora del almuerzo. Tal vez por eso mi abuela –¡siempre ella!– aconsejaba no comer con el estómago vacío.
Otra causa es el cansancio o el aburrimiento por discursos largos e incoherentes; sobran ejemplos en Bolivia. Los estudiantes madrugadores de una clase universitaria baten todos los récords de bostezos, incluso el de los feligreses arrullados por las homilías del domingo. ¿Y usted ya ha bostezado leyendo esta columna?
También se bosteza por imitación: baste que uno empiece a bostezar para que se genere un coro de bostezos. Los sicólogos afirman que ese contagio es una muestra de empatía. ¡Menudo consuelo para los bostezadores!
Finalmente, se cree que el bostezo es una especie de alerta cuando el cerebro se relaja por una deficiencia de oxígeno, como cuando uno conduce un coche luchando con el sueño; aunque, en esos casos, es mejor parar el coche.
El profesor de psicología Andrew Gallup ha investigado la relación entre bostezo y temperatura del cuerpo y del cerebro. Cuando abrimos la boca para bostezar, nuestras mandíbulas se estiran hasta su posición más baja, aumentando el flujo sanguíneo en el área que luego se enfría con la rápida entrada de aire. El profesor Gallup encontró que, si los participantes se encontraban en un ambiente caliente, la tasa de bostezos aumentaba cuando se exponían a imágenes del acto. Pero cuando los participantes estaban en un ambiente más fresco, o se habían colocado bolsas de hielo frío en la frente, la tasa de bostezos era notablemente menor. Eso explica porque en La Paz se bosteza menos que en Santa Cruz.
Existe, además, un contenido social: no se considera educado bostezar o hacerlo sin taparse la boca, mostrando a los presentes el menú del día y las amígdalas. Por eso se aconseja escuchar una conferencia aburrida con el tapaboca puesto (en este caso “tapabostezos”). Por cierto, alguien dijo que importa cuándo y dónde se bosteza. Porque no es lo mismo bostezar “en el acto” que bostezar “de inmediato”.
Fisiológicamente, el bostezo es una respuesta corporal “refleja” no solo de los humanos sino también de los animales: los gatos son famosos por bostezar a plena boca, sin que se los pueda tachar de maleducados.
Personalmente, me declaro, al mismo tiempo, adicto al bostezo y víctima de sus encantos. Adicto, porque duermo poco, y víctima, porque sufro los regaños de mi esposa toda vez que intento oxigenar ruidosamente mi cerebro, atento al profesor Gallup.
En fin, que nadie se avergüence por un bostezo, ese relajante carnaval del cuerpo.


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