José Carreras: la voz que conquistó el mundo y venció a la muerte

Ensayo biográfico sobre el tenor catalán José Carreras (Barcelona, 1946), que recorre su infancia humilde, su meteórica carrera operística internacional, su batalla contra la leucemia en 1987, el fenómeno de Los Tres Tenores junto a Pavarotti y Domingo, y su labor humanitaria a través de la Fundación que lleva su nombre.

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Introducción: El nacimiento de una leyenda

El 5 de diciembre de 1946, en el corazón del barrio barcelonés de Sants, nació un niño destinado a convertirse en una de las voces más extraordinarias del siglo XX. José María Carreras Coll llegó al mundo en una España que apenas comenzaba a recuperarse de los estragos de la Guerra Civil, en el seno de una familia modesta pero profundamente arraigada en el amor por la música. Su padre, un cabo de la Guardia Urbana, y su madre, propietaria de una pequeña peluquería de barrio, difícilmente podían imaginar que aquel recién nacido llegaría a pisar los escenarios más prestigiosos del planeta y a emocionar a millones de personas con el don incomparable de su voz.

Este ensayo pretende explorar en profundidad la extraordinaria trayectoria vital y artística de José Carreras, un hombre cuya vida ha estado marcada por el talento innato, la disciplina implacable, el triunfo sobre la adversidad más cruel y un compromiso humanitario que trasciende con creces los límites del escenario. Desde aquellos primeros años en las calles de Barcelona hasta su consagración como uno de los Tres Tenores más célebres de la historia, la vida de Carreras constituye un testimonio fascinante de cómo el arte puede transformar vidas y de cómo la adversidad puede convertirse en el motor de una misión que beneficia a toda la humanidad.

La figura de José Carreras ocupa un lugar singular en el panorama de la música clásica contemporánea. No se trata únicamente de un tenor excepcional, dotado de una de las voces más hermosas que jamás haya conocido el mundo operístico, sino también de un superviviente, un luchador incansable que se enfrentó a la muerte y emergió victorioso para dedicar el resto de su vida a ayudar a otros que padecen la misma enfermedad que casi lo arrebató del mundo de los vivos. Su historia es, en muchos sentidos, la historia de la resiliencia humana, del poder redentor del arte y de la capacidad del espíritu humano para transformar el sufrimiento personal en un legado de esperanza para millones.

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Capítulo I: Los primeros años y el despertar de una vocación

El barrio de Sants y una familia humilde

El Barcelona de posguerra que vio nacer a José Carreras era una ciudad de contrastes marcados, donde la escasez material convivía con una rica tradición cultural que se negaba a morir pese a las circunstancias adversas. El barrio de Sants, tradicional enclave obrero situado al oeste de la ciudad, ofrecía un ambiente de solidaridad vecinal donde las familias se apoyaban mutuamente para superar las dificultades cotidianas. Fue en este entorno donde el pequeño José dio sus primeros pasos y donde comenzó a manifestarse un talento que pronto captaría la atención de todos cuantos lo rodeaban.

La familia Carreras, aunque de recursos modestos, cultivaba un profundo amor por la música. El abuelo Salvador, gran aficionado a la ópera y la zarzuela, ejerció una influencia determinante en la formación del futuro tenor, enseñándole desde muy pequeño fragmentos de las obras que él mismo conocía de memoria. Aquellas sesiones informales de canto en el hogar familiar constituyeron la primera escuela musical del niño, quien absorbía con avidez todo cuanto escuchaba: desde las arias más célebres del repertorio operístico hasta las canciones populares de moda que sonaban en la radio.

Un acontecimiento determinante marcó la infancia de Carreras y encendió definitivamente la llama de su vocación musical. Cuando contaba apenas seis años de edad, sus padres lo llevaron a ver la película "El Gran Caruso", protagonizada por Mario Lanza, en un cine de barrio. El impacto que aquella proyección produjo en el niño fue absolutamente transformador. Al salir del cine, José declaró con una certeza impropia de su edad que él también quería ser cantante de ópera. Aquel momento de epifanía cinematográfica sembró la semilla de una vocación que habría de florecer de manera espectacular en los años venideros.

El ingreso en el Conservatorio y los primeros pasos

Conscientes del extraordinario talento que manifestaba su hijo, los padres de José tomaron la decisión de inscribirlo en el Conservatorio Superior Municipal de Barcelona cuando el niño contaba apenas siete años de edad. Allí, bajo la tutela de la profesora Magda Prunera, perteneciente al prestigioso Orfeón Graciense, el joven Carreras comenzó su formación musical sistemática, estudiando solfeo, piano y las técnicas fundamentales del canto. La disciplina y el rigor que caracterizarían toda su carrera profesional comenzaron a forjarse en aquellas aulas del conservatorio barcelonés.

La primera actuación pública del futuro tenor tuvo lugar a la temprana edad de ocho años, cuando interpretó la célebre aria "La donna è mobile" de Rigoletto en Radio Barcelona. Aquella emisión radiofónica, de la cual aún se conserva una grabación, constituye el primer documento sonoro de una voz que habría de cautivar a millones de personas en todo el mundo. La naturalidad y la musicalidad que el niño exhibía en aquella actuación dejaban entrever el extraordinario potencial que albergaba.

Un hito fundamental en la formación del joven artista tuvo lugar el 3 de enero de 1958, cuando, a los once años de edad, José Carreras hizo su debut en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona, el templo de la ópera catalana. La obra elegida fue "El retablo de Maese Pedro" de Manuel de Falla, bajo la dirección del legendario maestro José Iturbi. El joven soprano interpretó el papel de El Trujamán, el narrador de esta adaptación musical de un episodio del Quijote cervantino. Aquella noche, ante un público que incluía a las figuras más prominentes de la sociedad barcelonesa, Carreras experimentó por primera vez la emoción incomparable de cantar en un gran escenario operístico.

Poco después, el niño volvió a pisar las tablas del Liceo para interpretar un pequeño papel en el segundo acto de "La Bohème" de Puccini, obra que habría de convertirse en una de las piedras angulares de su repertorio adulto. Estas primeras experiencias en el escenario del Liceo fueron determinantes para consolidar la vocación del joven artista, quien a partir de entonces supo con certeza absoluta que su destino estaba indisolublemente ligado al mundo de la ópera.

La travesía argentina y el regreso a España

Un episodio poco conocido de la infancia de Carreras tuvo lugar en 1951, cuando la familia completa emigró temporalmente a Argentina, estableciéndose en la localidad de Villa Ballester, en el Gran Buenos Aires. Durante el año que duró esta estancia sudamericana, el pequeño José continuó cultivando su amor por la música, cantando incluso para los pasajeros del buque que transportó a la familia a través del Atlántico. Esta experiencia temprana de vida fuera de España contribuyó a ampliar los horizontes del futuro artista y a sembrar en él la semilla de ese cosmopolitismo que caracterizaría toda su carrera internacional.

El regreso a Barcelona marcó el comienzo de una nueva etapa en la formación del joven Carreras. Durante su adolescencia, siguiendo los deseos de su padre, quien deseaba para su hijo una profesión más "segura", José combinó sus estudios musicales con la carrera de Química en la Universidad de Barcelona. Durante un tiempo, el futuro tenor trabajó incluso en un laboratorio de cosméticos, compaginando esta actividad con sus clases particulares de canto. Sin embargo, la llamada irresistible de la música acabó imponiéndose, y a los diecisiete años José tomó la decisión definitiva de abandonar los estudios universitarios para dedicarse por entero a su verdadera pasión.

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Capítulo II: El ascenso a la gloria

El debut profesional y el encuentro con Montserrat Caballé

El año 1970 marcó el verdadero inicio de la carrera profesional de José Carreras. Aquel año, con veinticuatro años de edad, el joven tenor debutó en el Gran Teatro del Liceo interpretando el papel de Ismael en "Nabucco" de Verdi y posteriormente participó en una producción de "Norma" de Bellini. Fue precisamente durante los ensayos de esta última obra cuando tuvo lugar un encuentro que habría de cambiar para siempre el curso de su carrera: la soprano Montserrat Caballé, que protagonizaba la producción, quedó profundamente impresionada por la calidad excepcional de la voz del joven tenor.

Montserrat Caballé, ya entonces una de las figuras más respetadas del mundo operístico internacional, reconoció de inmediato el extraordinario potencial de Carreras y se convirtió en su protectora y mentora. La gran diva catalana invitó al joven a cantar a su lado en la producción de "Lucrezia Borgia" de Donizetti, en el papel de Gennaro. Aquella actuación, que tuvo lugar en el mismo escenario del Liceo donde años antes había debutado como niño soprano, supuso el primer gran triunfo de Carreras como tenor profesional y lo catapultó de comprimario a primer tenor de la noche a la mañana.

La relación artística entre Carreras y Caballé se prolongaría durante muchos años, dando lugar a numerosas colaboraciones memorables. En 1971, ambos cantantes se presentaron juntos en el Royal Festival Hall de Londres con "Maria Stuarda" de Donizetti, y posteriormente compartieron escenario en una magnífica producción de "Adriana Lecouvreur" en el Liceo. Caballé se convirtió en una figura casi maternal para el joven tenor, guiándolo con sabiduría a través de los intrincados caminos del mundo operístico y abriéndole puertas que de otro modo habrían permanecido cerradas.

La conquista de los grandes escenarios

A partir de su consagración en Barcelona, la carrera de José Carreras adquirió una velocidad vertiginosa. En 1971, el tenor obtuvo el primer premio en el prestigioso Concurso Internacional de Voces Verdianas de Busetto, certamen que le abrió las puertas del Teatro Regio de Parma, donde interpretó su primera "Bohème" completa. Este triunfo italiano supuso su entrada definitiva en el circuito internacional de la ópera.

En 1972, Carreras debutó en Estados Unidos interpretando el papel de Pinkerton en "Madama Butterfly" de Puccini. Al año siguiente hizo su primera aparición en Londres, y en 1974 cantó "La Traviata" en la Staatsoper de Viena. A los veintiocho años de edad, el tenor barcelonés había interpretado ya veinticuatro óperas diferentes en los principales teatros del mundo, un logro extraordinario que ponía de manifiesto tanto su excepcional talento como su capacidad de trabajo infatigable.

Los debuts se sucedieron a un ritmo impresionante: en 1974, Carreras cantó "Rigoletto" en la Ópera Estatal de Viena; en 1975, interpretó "Un ballo in maschera" en la Scala de Milán y "Tosca" y "Rigoletto" en el Metropolitan Opera de Nueva York. Cada nueva aparición consolidaba su reputación como uno de los tenores más brillantes de su generación, dotado de una voz de excepcional belleza y una presencia escénica que cautivaba al público desde el primer momento.

Herbert von Karajan y la consagración definitiva

El encuentro con Herbert von Karajan en 1976 marcó un punto de inflexión decisivo en la carrera de José Carreras. El legendario director austríaco, considerado por muchos el músico más influyente de la segunda mitad del siglo XX, quedó fascinado por la voz del tenor español y lo convirtió en su cantante favorito. La primera colaboración entre ambos artistas tuvo lugar en el Festival de Salzburgo, donde Carreras interpretó el "Requiem" de Verdi bajo la batuta del maestro.

La relación artística entre Karajan y Carreras se prolongó durante más de doce años e incluyó actuaciones memorables en Salzburgo, Berlín y Viena. En 1978, el tenor interpretó "Don Carlo" en el Festival de Salzburgo bajo la dirección de Karajan, una producción que pasó a la historia como una de las más aclamadas de la época. El director austríaco animó a Carreras a ampliar su repertorio hacia papeles de mayor peso dramático, como Andrea Chénier, Don José en "Carmen" y Álvaro en "La forza del destino".

Las grabaciones realizadas por Carreras bajo la batuta de Karajan, especialmente el "Requiem" de Verdi y diversas óperas completas, se cuentan entre los registros más valiosos de la discografía del tenor. La influencia del maestro austríaco fue determinante para la evolución artística de Carreras, quien bajo su guía desarrolló una mayor profundidad interpretativa y una comprensión más matizada de los personajes que encarnaba en el escenario.

West Side Story y otras incursiones fuera de la ópera

En 1984, José Carreras protagonizó uno de los proyectos más ambiciosos de su carrera: la grabación de la "versión operística" de "West Side Story" junto a la soprano Kiri Te Kanawa, bajo la dirección del propio Leonard Bernstein. El compositor estadounidense, que había rechazado anteriormente numerosas propuestas para realizar una grabación definitiva de su obra maestra, quedó tan impresionado con la interpretación de Carreras en el papel de Tony que accedió finalmente a dirigir la producción.

La grabación de "West Side Story" obtuvo un enorme éxito comercial y de crítica, siendo galardonada con el Premio Grammy en 1985. Esta incursión en el repertorio del musical americano demostró la versatilidad de Carreras y su capacidad para abordar estilos musicales alejados de su formación clásica tradicional. La colaboración con Bernstein constituyó también una de las experiencias más enriquecedoras de su carrera, estableciendo un vínculo artístico y personal que perduró hasta la muerte del compositor.

En 1986, Carreras debutó como actor cinematográfico en la película "Romanza final (Gayarre)", dirigida por José María Forqué, donde interpretó la vida del célebre tenor navarro Julián Gayarre. Esta incursión en el cine le permitió explorar nuevas facetas de su talento artístico y acercar la figura del cantante lírico a un público más amplio. La película recibió una acogida favorable y demostró que las cualidades interpretativas de Carreras trascendían los límites del escenario operístico.

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Capítulo III: La batalla contra la leucemia

El diagnóstico que lo cambió todo

En julio de 1987, cuando José Carreras se encontraba en la cúspide absoluta de su carrera, el destino le asestó un golpe devastador. Durante el rodaje de una versión cinematográfica de "La Bohème" junto a Kiri Te Kanawa en París, el tenor sufrió un colapso que obligó a suspender la producción. Los médicos franceses detectaron rápidamente la causa del malestar: leucemia linfoblástica aguda, una de las formas más agresivas de cáncer de la sangre.

El diagnóstico cayó como un mazazo sobre Carreras, su familia y el mundo musical en su conjunto. A sus cuarenta años, en el momento más brillante de su trayectoria artística, casado y padre de dos hijos pequeños, el tenor se enfrentaba a un pronóstico devastador. Los médicos le comunicaron que sus posibilidades de supervivencia eran mínimas, apenas un diez por ciento según las estadísticas de la época. El mundo de la ópera contuvo el aliento ante la posibilidad de perder a una de sus voces más queridas.

Carreras ha recordado en numerosas ocasiones el impacto emocional de aquellos primeros días tras el diagnóstico. En una entrevista, el tenor relató cómo, durante su primer ingreso hospitalario en Barcelona, la habitación contigua a la suya estaba ocupada por un bebé de apenas dos años que también padecía leucemia. Aquella imagen del niño enfermo lo golpeó con una fuerza brutal: él había tenido la fortuna de vivir cuatro décadas, de formar una familia, de desarrollar una carrera extraordinaria, de viajar por el mundo haciendo lo que más amaba. Aquel bebé, en cambio, apenas había comenzado a vivir. Fue este sentimiento de profunda injusticia lo que sembró en Carreras la semilla de lo que habría de convertirse en su misión vital tras la recuperación.

El tratamiento y la lucha por la vida

El tratamiento al que fue sometido José Carreras fue tan agresivo como la enfermedad que pretendía combatir. Tras una primera fase de quimioterapia intensiva en Barcelona, los médicos determinaron que la única posibilidad real de curación pasaba por un autotrasplante de médula ósea. Para ello, Carreras fue trasladado al prestigioso Centro Fred Hutchinson de Seattle, en Estados Unidos, uno de los centros de referencia mundial en el tratamiento de enfermedades hematológicas.

El proceso fue extremadamente duro tanto física como emocionalmente. Carreras fue sometido a sesiones intensivas de radioterapia y quimioterapia que destruyeron su sistema inmunológico por completo, preparando su cuerpo para recibir el trasplante de su propia médula previamente extraída y tratada. Durante semanas, el tenor permaneció en aislamiento absoluto, expuesto al más mínimo riesgo de infección que podría haberle resultado fatal.

A lo largo de toda esta terrible prueba, Carreras demostró una fortaleza de espíritu extraordinaria. Según su propio testimonio, nunca perdió la esperanza de sobrevivir y de volver a cantar. "Cuando enfermé, siempre pensé que, si había una posibilidad entre un millón, ésa era la mía", declaró años después. Esta actitud positiva, combinada con el apoyo incondicional de su familia y el afecto que le llegaba de todo el mundo, resultó determinante para superar los momentos más oscuros del tratamiento.

Las muestras de cariño que Carreras recibió durante su enfermedad fueron abrumadoras. Desde todos los rincones del planeta llegaban cartas, mensajes y oraciones de admiradores, colegas y desconocidos que rogaban por su recuperación. El mundo de la música se volcó en apoyo del tenor enfermo, organizando conciertos benéficos y enviando constantes muestras de solidaridad. Esta avalancha de afecto constituyó para Carreras una fuente inagotable de fuerza y motivación para seguir luchando.

El regreso triunfal

Contra todo pronóstico, José Carreras venció a la leucemia. En julio de 1988, exactamente un año después del diagnóstico, el tenor reapareció en público para ofrecer un concierto ante el Arco del Triunfo de Barcelona. Más de 150.000 personas se congregaron aquella noche para celebrar el milagro de su recuperación y darle la bienvenida de nuevo a los escenarios. Las imágenes de aquel concierto, con un Carreras visiblemente emocionado cantando ante una multitud entregada, constituyen uno de los momentos más conmovedores en la historia de la música clásica.

El regreso de Carreras a los escenarios fue gradual pero firme. En 1989, el tenor protagonizó el estreno mundial de la ópera "Cristóbal Colón" del compositor Leonardo Balada, demostrando que su voz había sobrevivido a la enfermedad y a los rigores del tratamiento. Aunque algunos críticos señalaron que ciertos aspectos de su instrumento vocal habían sufrido cambios tras la enfermedad, la esencia de aquella voz extraordinaria, su timbre inconfundible y su capacidad de comunicación emocional, permanecían intactas.

La experiencia de la enfermedad transformó profundamente a José Carreras como persona y como artista. Según su propio testimonio, su percepción de la vida, de las prioridades y de lo verdaderamente importante cambió radicalmente. "La enfermedad cambia muchas cosas", ha declarado el tenor. "Principalmente la visión de la cotidianidad, de enfrentarte a las situaciones vitales". Esta nueva perspectiva se reflejó en su manera de abordar el arte, dotando sus interpretaciones de una profundidad emocional y una autenticidad que conmovían aún más intensamente al público.

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Capítulo IV: Los Tres Tenores

El nacimiento de un fenómeno

El 7 de julio de 1990, en las antiguas Termas de Caracalla de Roma, tuvo lugar un acontecimiento que habría de transformar para siempre la percepción pública de la ópera. Aquella noche, ante una audiencia televisiva de más de 800 millones de espectadores en todo el mundo, José Carreras, Plácido Domingo y Luciano Pavarotti unieron sus voces por primera vez para ofrecer un concierto que pasaría a la historia como uno de los eventos musicales más importantes del siglo XX.

La idea de reunir a los tres grandes tenores de la época surgió del productor italiano Mario Dradi, aunque inicialmente muy pocos creyeron en la viabilidad del proyecto. El concierto fue concebido originalmente como un gesto de bienvenida de Domingo y Pavarotti hacia su amigo Carreras, recién recuperado de la leucemia, y como una oportunidad para recaudar fondos para la Fundación Internacional Josep Carreras contra la Leucemia, que el tenor barcelonés había fundado tras su enfermedad.

El escenario elegido no podía ser más espectacular: las ruinas de las Termas de Caracalla, construidas en el siglo III por el emperador romano del mismo nombre, proporcionaban un marco incomparable de majestuosidad histórica. La ocasión tampoco podía ser más propicia: la víspera de la final de la Copa Mundial de Fútbol de Italia 1990, cuando la atención del mundo entero estaba fijada en Roma. Bajo la dirección del maestro Zubin Mehta, al frente de una orquesta de casi doscientos músicos integrada por miembros de la Ópera de Roma y el Maggio Musicale Fiorentino, los tres tenores ofrecieron un programa que combinaba arias clásicas con canciones populares.

Un éxito sin precedentes

El éxito del primer concierto de los Tres Tenores superó todas las expectativas. La grabación del evento, comercializada por el sello Decca, se convirtió en el disco de música clásica más vendido de la historia, ostentando aún hoy ese récord en el Libro Guinness de los Records. Millones de personas que jamás habían escuchado una ópera completa se sintieron cautivadas por las voces de Carreras, Domingo y Pavarotti, descubriendo a través de ellos la belleza del canto lírico.

El repertorio interpretado aquella noche en Caracalla incluía algunas de las piezas más célebres del repertorio operístico: el "Lamento de Federico" de "L'Arlesiana" de Cilea, "O Paradiso" de "La Africana" de Meyerbeer, "Recondita Armonia" y "E lucevan le stelle" de "Tosca" de Puccini, "Un di all'azzurro spazio" de "Andrea Chénier" de Giordano, y por supuesto el inolvidable "Nessun Dorma" de "Turandot". A estas arias se sumaban canciones populares como "Granada", "O sole mio" y la romanza de zarzuela "No puede ser" de "La tabernera del puerto". Los arreglos, obra del compositor argentino Lalo Schifrin, combinaban con maestría los diferentes estilos para crear un espectáculo que apelaba tanto a los conocedores como a los neófitos.

El fenómeno de los Tres Tenores se prolongó durante diecisiete años, desde aquel primer concierto de 1990 hasta la muerte de Luciano Pavarotti en 2007. A lo largo de este período, el trío ofreció conciertos memorables coincidiendo con las sucesivas Copas del Mundo de fútbol: en Los Ángeles en 1994, en París en 1998, y en Yokohama en 2002. Cada una de estas actuaciones reunía a audiencias masivas y generaba ventas millonarias de discos y vídeos.

Controversia y legado

El éxito de los Tres Tenores no estuvo exento de controversia. Una parte del mundo de la ópera tradicional criticó duramente lo que consideraban una vulgarización del arte lírico, acusando a los tres cantantes de sacrificar la pureza artística en aras del éxito comercial. Algunos puristas lamentaban que obras maestras del repertorio operístico fueran mezcladas con canciones populares y presentadas como entretenimiento de masas.

También las cuestiones económicas generaron polémica. Se supo que cada uno de los tenores recibía aproximadamente un millón de dólares por concierto, cifras sin precedentes en el mundo de la música clásica. Ante las críticas, los tres artistas defendieron su posición. Pavarotti argumentó que ganaban el dinero que merecían y que nadie les obligaba a pagarles tales sumas. Domingo recordó los treinta años de carrera dedicados a dar lo mejor de sí mismos. Carreras, por su parte, señaló que sus honorarios eran modestos comparados con los de muchos atletas, cantantes pop o estrellas de cine.

Con la perspectiva que otorga el tiempo, el legado de los Tres Tenores aparece como inequívocamente positivo. Su contribución fundamental fue acercar la ópera a un público que de otro modo jamás habría accedido a ella. Millones de personas descubrieron la belleza del canto lírico gracias a estos conciertos y a las grabaciones resultantes. Algunos de esos nuevos aficionados dieron el paso de asistir a representaciones operísticas en teatros, convirtiéndose en público habitual. Como el propio Carreras ha señalado: "Conseguimos que la ópera llegase a un público mucho más amplio y saliera de alguna manera de los teatros de la ópera. No tengo dudas de que este fue uno de nuestros grandes logros".

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Capítulo V: La Fundación Josep Carreras contra la Leucemia

Devolver lo recibido

El 14 de julio de 1988, apenas unas semanas después de su regreso triunfal a los escenarios, José Carreras fundó en Barcelona la Fundación Internacional Josep Carreras contra la Leucemia. Esta decisión, tomada cuando aún se encontraba en pleno proceso de recuperación, respondía a un impulso profundo nacido de la propia experiencia de la enfermedad: la voluntad de devolver a la sociedad y a la comunidad científica todo el apoyo y el cariño recibidos durante los momentos más difíciles de su vida.

"Fue el sentimiento tan duro de injusticia e impotencia, unido al gran apoyo y cariño que recibí por parte de la sociedad y de la comunidad científica, lo que me impulsó a crear esta Fundación contra la leucemia", ha explicado Carreras en numerosas ocasiones. "Me planteé un objetivo: conseguir que, algún día, las personas que estuvieran en mi situación tuviesen más oportunidades". Esta declaración de intenciones ha guiado la labor de la Fundación durante más de tres décadas de existencia.

Desde su fundación, la organización ha crecido hasta convertirse en una de las entidades más importantes del mundo en la lucha contra la leucemia y otras enfermedades hematológicas malignas. Con sede central en Barcelona y filiales en Estados Unidos, Suiza y Alemania, la Fundación Josep Carreras desarrolla una labor multifacética que abarca la investigación científica, el apoyo a los pacientes y sus familias, y la sensibilización social sobre estas enfermedades.


El Instituto de Investigación contra la Leucemia

En 2010, la Fundación Josep Carreras dio un paso histórico al inaugurar, en colaboración con la Generalitat de Catalunya, el Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras (IJC). Este centro, ubicado en Badalona, constituye el primer instituto de investigación europeo exclusivamente dedicado a las leucemias y otras enfermedades hematológicas malignas, y uno de los pocos de su tipo en todo el mundo.

El Instituto, que ocupa unas instalaciones de 10.000 metros cuadrados, reúne a investigadores de todo el mundo que trabajan con las tecnologías más innovadoras en la búsqueda de tratamientos más eficaces y menos agresivos para los pacientes. Las líneas de investigación abarcan desde los mecanismos moleculares de las enfermedades hasta el desarrollo de nuevas terapias, pasando por estudios clínicos y proyectos de medicina personalizada.

En más de 35 años de existencia, la Fundación ha dedicado más de 600.000 horas de investigación a las leucemias, linfomas, mieloma múltiple y otras enfermedades hematológicas malignas. Los avances conseguidos gracias a este esfuerzo investigador han contribuido a mejorar significativamente las tasas de supervivencia de los pacientes. Cuando Carreras enfermó en 1987, las probabilidades de superar una leucemia como la suya eran muy bajas; hoy, gracias en parte a la investigación impulsada por su Fundación, muchos pacientes tienen perspectivas mucho más esperanzadoras.


Apoyo a los pacientes: pisos de acogida y otras iniciativas

Más allá de la investigación científica, la Fundación Josep Carreras desarrolla una importante labor de apoyo directo a los pacientes y sus familias. Una de las iniciativas más significativas en este ámbito es el programa de pisos de acogida, que ofrece alojamiento gratuito a pacientes con escasos recursos económicos que deben desplazarse lejos de su domicilio para recibir tratamiento. Barcelona, como centro de referencia para trasplantes de médula ósea e inmunoterapia CAR-T, recibe pacientes de toda España y del extranjero, muchos de los cuales encuentran en estos pisos un hogar lejos de casa durante los largos meses de tratamiento.

La Fundación también gestiona el Registro de Donantes de Médula Ósea de España, una herramienta fundamental para localizar donantes compatibles con pacientes que necesitan un trasplante. La ampliación de este registro, mediante campañas de concienciación y captación de nuevos donantes, constituye una prioridad constante de la organización. Cada nuevo donante inscrito supone una esperanza adicional para algún paciente que aguarda el trasplante que podría salvarle la vida.

Además, la Fundación ofrece servicios de información y asesoramiento médico a pacientes y familiares, respondiendo a las innumerables dudas y preguntas que surgen a lo largo del proceso de diagnóstico, tratamiento y recuperación. Este acompañamiento, realizado por profesionales cualificados, resulta de incalculable valor para quienes se enfrentan a la angustia y la incertidumbre que acompañan a un diagnóstico de cáncer hematológico.


La gala benéfica de Leipzig y otras actividades de recaudación

Desde 1995, José Carreras presenta cada año una gala benéfica en Leipzig, Alemania, que se ha convertido en uno de los eventos de recaudación más importantes para la lucha contra la leucemia en Europa. Esta gala televisada, que cuenta con la participación de artistas de primer nivel del mundo de la música, el cine y el espectáculo, ha recaudado hasta la fecha más de 71 millones de euros destinados a la investigación y al apoyo a los pacientes.

Además de la gala de Leipzig, Carreras ofrece cada año una veintena de conciertos benéficos en todo el mundo cuyos beneficios se destinan íntegramente a su Fundación y a otras causas médicas. Esta dedicación altruista, que el tenor ha mantenido de forma ininterrumpida durante más de tres décadas, constituye un ejemplo extraordinario de compromiso social y de transformación del sufrimiento personal en beneficio colectivo.

El propio Carreras ha declarado en múltiples ocasiones que la Fundación representa "lo más auténtico, lo más genuino" que ha hecho en su vida. Esta afirmación, viniendo de un artista cuya carrera musical incluye algunos de los logros más destacados de la ópera contemporánea, resulta extraordinariamente reveladora de la importancia que el tenor concede a su labor humanitaria. Para él, la Fundación no es un apéndice de su carrera artística, sino una misión vital equiparable en importancia a su vocación musical.

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Capítulo VI: El legado artístico

Características de la voz y estilo interpretativo

La voz de José Carreras ha sido descrita por los críticos más autorizados como una de las más hermosas voces de tenor de la era moderna. El crítico español Fernando Fraga lo caracterizó como un tenor lírico con un generoso tono spinto, dotado de "un notable timbre, ricamente coloreado y suntuosamente resonante". Esta descripción captura la esencia de un instrumento vocal que combinaba la dulzura y la calidez del tenor lírico con la potencia necesaria para abordar repertorio de mayor envergadura dramática.

Al igual que su ídolo Giuseppe di Stefano, Carreras siempre fue célebre por la belleza y expresividad de su fraseo y por la pasión que imprimía a cada interpretación. Su capacidad para comunicar emociones a través del canto era extraordinaria, estableciendo con el público una conexión emocional que trascendía las barreras del idioma y la cultura. Esta cualidad comunicativa, presente desde sus primeras actuaciones infantiles, se fue refinando con el paso de los años hasta convertirse en una de las señas de identidad más distintivas de su arte.

El repertorio de José Carreras abarcó principalmente las obras de los grandes compositores del romanticismo italiano: Donizetti, Verdi y Puccini. En las óperas de estos autores, su voz encontraba el vehículo ideal para expresar la gama completa de emociones humanas: el amor apasionado, el sufrimiento, los celos, la ternura, la desesperación, el heroísmo. Sus interpretaciones de Rodolfo en "La Bohème", Cavaradossi en "Tosca", Alfredo en "La Traviata", Don Carlo, Andrea Chénier y el Duque de Mantua en "Rigoletto" se cuentan entre las más memorables de su generación.

Discografía y filmografía

La discografía de José Carreras constituye un legado de extraordinaria riqueza y variedad. Con más de 120 grabaciones oficiales, incluyendo más de 50 óperas completas y 40 álbumes de recital, el tenor barcelonés ha dejado un testimonio sonoro que permite a las generaciones futuras apreciar la belleza singular de su voz y la profundidad de sus interpretaciones.

Las grabaciones realizadas principalmente para el sello Philips Classics incluyen óperas completas de los compositores que constituyeron el núcleo de su repertorio: "L'elisir d'amore" y "Lucia di Lammermoor" de Donizetti, "Tosca" y "La Bohème" de Puccini, "Un ballo in maschera", "La battaglia di Legnano", "Il corsaro", "Stiffelio" e "Il trovatore" de Verdi, además de obras menos frecuentes como "La Juive" de Halévy y "Samson et Dalila" de Saint-Saëns.

Más allá del repertorio operístico, Carreras ha grabado discos de canciones napolitanas con la Orquesta de Cámara Inglesa, canciones españolas con el pianista Martin Katz, musicales de Andrew Lloyd Webber, tangos, villancicos, música sacra incluyendo misas y oratorios, canciones populares de diversos países, y clásicos del cine. Esta versatilidad discográfica refleja una personalidad artística abierta a la exploración de géneros diversos, siempre manteniendo los más altos estándares de calidad interpretativa.

En el ámbito audiovisual, José Carreras ha protagonizado numerosas filmaciones operísticas para televisión y vídeo, incluyendo "La Bohème", "I Lombardi", "Andrea Chénier", "Turandot", "Carmen", "Don Carlo", "La Forza del Destino", "Stiffelio" y el "Requiem" de Verdi. El documental "A Life Story", que narra su vida y su lucha contra la leucemia, fue galardonado con el Premio Emmy Internacional en 1993.

Premios y reconocimientos

A lo largo de su dilatada carrera, José Carreras ha sido distinguido con numerosos premios y reconocimientos que atestiguan tanto su excelencia artística como su compromiso humanitario. Entre los galardones más significativos cabe destacar el Premio Príncipe de Asturias de las Artes de 1991, que compartió con otros grandes cantantes líricos españoles incluyendo Montserrat Caballé, Victoria de los Ángeles, Teresa Berganza, Pilar Lorengar, Alfredo Kraus y Plácido Domingo.

En 1984, Carreras recibió la Medalla de Oro de la Generalitat de Catalunya, máxima distinción que concede el gobierno catalán. En 2014, el Parlament de Catalunya le otorgó su Medalla de Honor en reconocimiento a su trayectoria artística y a su labor humanitaria. Otros premios incluyen el Gran Premio del Disco de la Academia de París, el Premio Luigi Illica, el Premio Grammy por la grabación de "West Side Story", el Premio Sir Lawrence Olivier por su interpretación de "Stiffelio" en la Royal Opera House Covent Garden, y el título de Kammersänger de la Ópera Estatal de Viena.

Más allá de los premios artísticos, Carreras ha recibido numerosos reconocimientos por su labor humanitaria. Es Miembro Honorario de la Sociedad Europea de Medicina y de la Asociación Hematológica Europea, Patrono Honorario de la Sociedad Médica Oncológica Europea y Embajador de la UNESCO. Diversas ciudades le han rendido homenaje poniendo su nombre a plazas y teatros: en 2002, la localidad alicantina de San Juan inauguró una plaza en su honor, y en 2006 se abrió en Fuenlabrada (Madrid) un teatro que lleva su nombre.

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Capítulo VII: Reflexiones finales

El hombre detrás del artista

Quien se acerque a la figura de José Carreras encontrará no solo a uno de los grandes tenores de la historia, sino también a un ser humano de extraordinaria generosidad y hondura personal. La experiencia de la enfermedad, lejos de endurecerlo o amargarlo, parece haberlo dotado de una sensibilidad especial hacia el sufrimiento ajeno y de una capacidad renovada para apreciar los dones de la vida.

En sus declaraciones públicas, Carreras ha reflexionado a menudo sobre cómo la leucemia transformó su perspectiva vital. "La enfermedad cambia muchas cosas", ha señalado. "Principalmente la visión de la cotidianidad, de enfrentarte a las situaciones vitales. Pero también finalmente cada uno es de una manera y no dejas de ser el mismo de siempre, con tus defectos y tus cualidades". Esta actitud de humildad y realismo, combinada con una gratitud profunda por haber sobrevivido, define al José Carreras de la etapa post-leucemia.

El equilibrio entre la carrera artística y el compromiso humanitario ha sido una constante en la vida de Carreras durante las últimas tres décadas. "Yo hubiera continuado con una vida muy intensa", ha reconocido. "Pero el estímulo extraordinario que ha representado para mí esta fundación y para las personas que como yo han sufrido esta enfermedad me ha enriquecido mucho y ha sido para mí una gran compensación". En esta afirmación se percibe cómo la labor de la Fundación ha aportado a su vida un sentido y una plenitud que van más allá de la satisfacción artística.

La despedida de los escenarios

En 2025, José Carreras anunció su retirada definitiva de los escenarios tras más de sesenta años de carrera. La gira de despedida ha llevado al tenor por los principales teatros y auditorios del mundo, ofreciendo a sus admiradores la última oportunidad de escuchar en vivo aquella voz que ha emocionado a millones de personas durante más de medio siglo.

Al reflexionar sobre su retiro, Carreras ha declarado: "No entiendo la vida sin música". Esta afirmación resume una existencia enteramente dedicada al arte del canto, desde aquella primera actuación infantil en Radio Barcelona hasta los últimos conciertos de su gira de despedida. La música, para José Carreras, no ha sido nunca una profesión sino una vocación, una necesidad existencial tan fundamental como respirar.

Sin embargo, el retiro de los escenarios no significa el fin de la actividad de Carreras. La Fundación que lleva su nombre continúa siendo su máxima prioridad, y el tenor ha expresado su intención de dedicar sus energías de forma aún más intensa a la lucha contra la leucemia. "La Fundación es en estos momentos mi máxima prioridad", ha declarado. "Los logros que hemos ido consiguiendo están todos encaminados a buscar la curación para todos los enfermos".

Un legado para la eternidad

Cuando se escriba la historia definitiva de la ópera del siglo XX, el nombre de José Carreras ocupará un lugar de honor entre los grandes tenores de todos los tiempos. Su voz, preservada en centenares de grabaciones, continuará emocionando a generaciones futuras de melómanos, transmitiendo a través de los años aquella combinación única de belleza tímbrica, expresividad emocional y pasión comunicativa que caracterizó su arte.

Pero el legado de Carreras trasciende con creces el ámbito de la música. La Fundación que fundó en 1988, convertida en una de las organizaciones más importantes del mundo en la lucha contra la leucemia, constituye un monumento viviente a su generosidad y a su determinación de transformar el sufrimiento personal en esperanza para los demás. Cada paciente que supera la enfermedad gracias a los avances conseguidos por la investigación que la Fundación financia, cada familia que encuentra apoyo en los servicios que la organización ofrece, cada vida salvada gracias a un trasplante de médula facilitado por el registro de donantes: todos estos logros forman parte del legado de José Carreras.

En última instancia, la historia de José Carreras es una historia de triunfo: triunfo del talento sobre las limitaciones del origen humilde, triunfo de la voluntad sobre la enfermedad mortal, triunfo de la generosidad sobre el egoísmo. Es la historia de un niño de barrio que soñaba con cantar como Caruso y que llegó a emocionar a millones de personas en todo el mundo. Es la historia de un hombre que miró a la muerte a los ojos y emergió victorioso para dedicar el resto de su vida a ayudar a otros. Es, en definitiva, una de las grandes historias de nuestro tiempo.

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