Jane Austen nos ayuda a leer la mente de los demás

Leer a Jane Austen implica adentrarse en una compleja red de pensamientos y emociones ocultas que entrenan nuestras capacidades más inconscientes.

Cultura08 de junio de 2025 Carmen Barajas et. Noelia López-Montilla
Matthew Macfadyen y Keira Knightley como Darcy y Elizabeth Bennett en la adaptación de ‘Orgullo y prejuicio’ de 2005. FilmAffinity
Carmen Barajas, Universidad de Málaga y Noelia López-Montilla, Universidad de Málaga

Al inicio de Orgullo y Prejuicio, la novela más conocida de Jane Austen, Elizabeth Bennet –la protagonista– escucha al señor Darcy hablar mal de ella, lo que provoca que se forme una opinión negativa sobre él.

Dibujo de dos hombres charlando, al fondo, sobre una mujer sentada en primer término.
‘No está mal, aunque no es lo bastante guapa como para tentarme’. El señor Darcy, soltando la lengua sin darse cuenta de que el objeto de su comentario le escucha. C. E. Brock /Wikimedia Commons

Sin embargo, ella desconoce las verdaderas razones que se esconden tras sus palabras, mientras que él ignora que ha sido oído. Comienza aquí una danza emocional y mental entre dos personajes que intentan descifrar los pensamientos y sentimientos del otro.

El lector, mientras tanto, es un tercer integrante omnipresente que conoce las interioridades de todos, lo que permite que este ejercicio de interpretación mental y emocional no solo ocurra dentro de la historia, sino que también lo realice quien lee.

El gusto por la literatura y la ficción está basado en una habilidad cognitiva que todos tenemos, fundamental para las relaciones sociales: la teoría de la mente. Se trata de la capacidad de atribuir estados mentales (como intenciones, deseos, pensamientos o emociones) a los demás y dar sentido a su comportamiento. Esta habilidad es esencial para comprender una narración, puesto que lo que leemos carecería de sentido si no nos pusiésemos en el lugar de los personajes para así discernir la motivación tras sus acciones.

Un estudio publicado hace unos años en la revista científica Science mostró que leer ficción mejora esta capacidad. Teniendo en cuenta esto, ¿de qué manera Jean Austen contribuye especialmente a ejercitar esta compleja “lectura de la mente”?

Pensar en lo que otros piensan que otros piensan…

Haciendo uso de tramas basadas en malentendidos, engaños, ironías y expectativas sociales, la escritora inglesa refleja la psicología social propia de su época –finales del siglo XVIII y principios del XIX– y convierte la comprensión de las mentes en el impulsor del conflicto, creando personajes con los que resulta fácil empatizar.

En Orgullo y Prejuicio, Austen no solo presenta una historia de amor: nos sumerge en una red de pensamientos sobre pensamientos, un auténtico entramado de recursividad mental. Este concepto, central en la teoría de la mente, se refiere a nuestra capacidad de representar en nuestra propia cabeza los estados mentales de otros, y hacerlo en múltiples niveles.

La recursividad de primer orden es simple: “sé que Jane está triste” –Jane es la hermana de Elizabeth–. Pero Austen rara vez se detiene ahí. En sus novelas, encontramos estructuras mucho más complejas, del tipo: “Elizabeth piensa que Darcy cree que ella está interesada en Wickham”. Esto es una recursividad de tercer orden, puesto que involucra los pensamientos de tres personajes distintos –la protagonista, el coprotagonista y el hombre con el que ambos tienen un vínculo–. En los momentos clave de la novela, estos niveles se superponen, generando malentendidos, tensiones y giros narrativos cargados de significado.

Una mujer escribe sentada en una mesa cuando un hombre entra por la puerta y la ve.
Elizabeth Bennet y el señor Darcy en una ilustración de Hugh Thompson para la edición de 1894 de Orgullo y prejuicio. Lilly Library, Indiana University

Este tipo de razonamientos mentales complejos no solo son propios de los personajes, sino que el lector también participa en ellos. Entender los malentendidos de ciertas escenas requiere que este sepa más que dichos personajes, lo que ellos creen que los otros saben y también lo que no saben que ignoran.

Por ejemplo, cuando Elizabeth lee una carta que Darcy le da tras haberlo rechazado, el lector debe reordenar, junto con ella, todos los niveles previos de interpretación: lo que ella pensaba que él sentía, lo que él pensaba que ella sentía, la intención que ella le atribuía a él y la intención que le atribuye ahora…

La psicología cognitiva sugiere que la mente humana puede manejar cómodamente hasta tres niveles de recursividad. La ficción literaria, especialmente la que explora relaciones interpersonales complejas, es una forma natural de entrenar esa habilidad. En este sentido, leer a Austen es como levantar pesas mentales: sus personajes nos invitan a pensar con ellos, sobre ellos y, a veces, contra ellos.


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Oír pensamientos ajenos como si fueran nuestros

Uno de los recursos más poderosos que Austen utiliza para sumergirnos en la mente de sus personajes es el estilo indirecto libre.

Esta técnica narrativa –una especie de conector entre el narrador y el personaje– permite acceder a ideas y emociones sin que estén marcadas explícitamente como tales. El estilo indirecto libre elimina las marcas del pensamiento, y lo presenta como parte fluida del discurso narrativo, sin indicar el cambio de perspectiva: “Él era el último hombre en el mundo con quien ella podría verse obligada a casarse”.

En este tipo de frases no queda del todo claro si habla el narrador o el personaje. Esa ambigüedad es precisamente la que nos obliga, como lectores, a activar con frecuencia nuestra teoría de la mente, puesto que debemos inferir quién habla, qué piensa en realidad, si está o no diciendo la verdad, si hay contradicción entre lo que dice y lo que siente…

Esta forma de narrar es un entrenamiento en lectura de la mente ya que, al no indicarse directamente, nosotros tenemos que reconstruir las reflexiones de los personajes. Es decir, el estilo indirecto libre no solo muestra lo que piensa un personaje: nos obliga a pensar como él al menos durante unas páginas.

Conclusión: un vehículo para entender al otro

Leer a Jane Austen implica adentrarse en una compleja red de pensamientos y emociones ocultas que entrenan nuestras capacidades más inconscientes. A través del estilo indirecto libre y la recursividad múltiple, la escritora permite que el lector se introduzca en la mente de cada uno de los personajes y se sienta un miembro más de la peculiar sociedad que refleja en sus obras.

Desde la psicología sabemos que esta inmersión no ocurre porque sí, sino que, cuando leemos, ponemos en marcha y ejercitamos una habilidad crucial para navegar por la cabeza de otros. La lectura de las obras de Austen no solo supone una fuente de entretenimiento; también, sutilmente, perfecciona nuestra capacidad para colocarnos en la cabeza de otras personas.

Tal vez por eso, leer (incluso obras con más de dos siglos) nunca pasa de moda.The Conversation

Carmen Barajas, Profesora Psicología Evolutiva y de la Educación, Universidad de Málaga y Noelia López-Montilla, Psicóloga e Investigadora, Universidad de Málaga

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

© 2025 elfaro24.com. Este artículo está bajo la licencia Creative Commons Atribución-Sin Derivadas 4.0 Internacional (CC BY-ND 4.0). Se permite su redistribución con atribución, pero está prohibido modificarlo o alterar su contenido.

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