
Somos maestros en dispararnos al pie. Exigimos a los políticos que transformen esta complejísima realidad pero al mismo tiempo los tratamos de inútiles y ladrones. Así, ciudadanos valiosos -profesionales experimentados, intelectuales destacados, jóvenes con ideas renovadoras- huyen de la política como si fuera peste bubónica, cuando en realidad es la única herramienta para cambiar este país donde hacer cola de ocho horas por gasolina se ha vuelto normal, pese a que el cínico de YPFB anuncia regularmente, con ademanes y jerga de ilusionista, que el abastecimiento ya supera al 100% de la demanda.
Cambiar de dial y reemplazar Panamericana o Fides por un podcast de fitness o una playlist electrónica es un cobarde acto de escapismo -también de mal gusto, por cierto-. La política no es un programa que podamos silenciar. Informarse no es opcional, es el precio mínimo para no ser cómplices del desastre. Es ciudadanizarse.
Para participar, no hace falta postularse al congreso; la sociedad civil puede y debe constituirse en un contrafuerte que evite el derrumbe nacional. Las redes sociales -ese basurero digital donde fanáticos y malentretenidos comparten los dulces envenenados que son las fake news- serán valiosas trincheras de opinión, debate y cordura cuando asumamos que la patria no se defiende con memes.
Por eso inicié un podcast llamado Puntos de Fuga, extensión sonora de esta columna que sobrevive desde hace 12 años en prensa nacional. Más que periodismo formal, son charlas con bisturí para diseccionar nuestro país donde una liebre puede saltar de corrupto en corrupto sin tocar tierra honesta. Mi objetivo es colaborar a
construir un diagnóstico serio, ampliar la estrecha élite de ciudadanos informados que opinan con responsabilidad, y contribuir para que en agosto el voto sea un acto de lucidez, no un salto al vacío disfrazado de fiesta democrática.
El podcast ya tiene varios episodios. Conversamos sobre cómo el pachamamismo distorsionó los discursos indigenistas para convertirlos en simple mercadería “for export”, y cómo la filosofía del Vivir Bien se redujo a un souvenir ideológico para turistas y ONGs. Analizamos por qué, pese a que el Estado demostró ser un mal empresario, sugerir privatizar los recursos naturales sigue siendo herejía para una mayoría malacostumbrada en dogmas inútiles contaminados de izquierdismo barato. Profundizamos en las contradicciones estructurales de la Ley Avelino Siñani, el nocivo monopolio del MAS en la (de)formación de maestros y la insultante propuesta del presidente Arce sobre el retorno a la virtualidad. Atendimos también el deseo de buena parte de la ciudadanía: la conformación de un bloque único de oposición, unido con pegamento y alambre, forzado por pura matemática electoral, pues sin segunda vuelta no queda más que rezarle al Tata Ildefonso para que lluevan los votos.
Por supuesto, queda mucho más por hablar. Por ejemplo, sobre cómo los candidatos escapan de los temas serios como Evo escapa de una prueba de paternidad. Prefieren actos íntimos, casi familiares, donde explican el origen de su apodo en lugar de su programa de gobierno; TikToks tan bochornosos que deberían ser multados por daño a la salud mental; peregrinajes a la celda de Camacho, de pronto convertida en el santuario de la oposición. Me gustaría preguntarles: ¿dónde y cómo se realizará su ajuste económico?, ¿con qué plata pagarán ese megapréstamo que prometen?, ¿por qué en sus actos no hay pueblo popular ni nada que se le parezca?, ¿en qué manual leyeron que la ultraderecha es la única alternativa?, ¿cómo se animan a ser candidatos sin
nombre nacional y sin partido?
El verdadero peligro no es que el MAS gane en 2025, sino que regrese al poder en 2030 gracias al fracaso del nuevo gobierno. Para evitarlo, construyamos una democracia de ciudadanos críticos y sin dogmas, que apoyen, con condiciones y buen juicio, a quien exponga propuestas ejecutables y no milagros propios de películas de Marvel. Y, sobre todo, no cometamos el error de crucificar al primer ciudadano valioso y valiente que se atreva a meterse en el fango. ¿Arrancamos ya o seguimos cavando nuestra fosa?
* El autor es arquitecto.


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