Bolivia: El amanecer de una nueva era tras dos décadas de despilfarro

Hace menos de un mes, el 8 de noviembre, Rodrigo Paz Pereira juró como presidente de Bolivia con una fórmula que marcaba ya una ruptura simbólica: «Dios, patria y familia, sí, juro». Con esas palabras, pronunciadas bajo la lluvia que él mismo interpretó como una «limpia» de la Pachamama, se cerraba un ciclo de casi veinte años de hegemonía del Movimiento al Socialismo y se abría un capítulo inédito en la historia del país altiplánico.

EditorialEl lunesRedacciónRedacción

El nuevo mandatario, nacido en Santiago de Compostela durante uno de los tantos exilios de su padre Jaime Paz Zamora, no se anduvo con rodeos en su discurso inaugural. «El país que recibimos está devastado», sentenció ante una Asamblea Legislativa que escuchaba en silencio. «Nos dejan una economía quebrada con las reservas internacionales más bajas en 30 años. Nos dejan inflación, escasez, deuda, desconfianza. Nos dejan un estado paralizado, un monstruo burocrático incapaz de servir al pueblo». Y entonces lanzó la pregunta que resonó en toda Bolivia: «¿Qué carajo hicieron con la bonanza?».

La respuesta a esa interrogante puede encontrarse, quizás de manera alegórica, en un remoto pueblo del altiplano orureño llamado Orinoca. Allí, a 3.800 metros de altura sobre el nivel del mar, se erige el Museo de la Revolución Democrática y Cultural, conocido popularmente como «el museo de Evo». Una estructura de más de 10.000 metros cuadrados que costó al erario público entre 7 y 8 millones de dólares —según distintas fuentes—, construida en una localidad de apenas 680 habitantes que carece de servicios básicos y cuyas calles siguen siendo de tierra.

El pasado sábado, durante el XIII Congreso de Regantes en Cochabamba, el presidente Paz utilizó este museo como símbolo del despilfarro que caracterizó a los gobiernos del MAS. «Hace unos años, logré entrar. ¿Y saben qué vi? Unas pantuflas», relató el mandatario. «El señor expresidente había ido a ver un partido de fútbol en el avión presidencial, que ya cuesta mucho dinero volarlo, y vio unas pantuflas en el baño del hotel, se las puso, las usó y se las trajo. Y después las puso en su museo para que los bolivianos veamos las pantuflas que usó». La imagen es devastadora en su simpleza: un país con reservas agotadas, filas interminables para conseguir combustible, mercados desabastecidos y una deuda externa que, según el propio presidente Paz, asciende a 40.000 millones de dólares, mientras en el altiplano se exhiben las pantuflas de hotel de un expresidente. «Si yo tengo que invertir 8 millones de dólares, ¿voy a invertir en pantuflas o en producción?», preguntó Paz a los regantes. La respuesta fue unánime: «En producción».

Las cifras que maneja el nuevo gobierno son estremecedoras. Según declaraciones del presidente Paz, durante los gobiernos de Evo Morales y Luis Arce se gastaron 60.000 millones de dólares. El país recibió, durante la era del MAS, la mayor bonanza económica de su historia gracias a los contratos de venta de gas a Argentina y Brasil firmados en administraciones anteriores y a la condonación de la deuda externa que habían gestionado gobiernos previos. ¿Qué queda de aquella bonanza? Según los economistas José Luis Lupo y José Gabriel Espinoza, parte del equipo económico del nuevo gobierno, el panorama es desolador: déficit fiscal crónico, inflación galopante, recesión, escasez de dólares y combustibles, y unas reservas internacionales en mínimos históricos. El «mar de gas» que prometieron Morales y Arce se evaporó. Bolivia, que fue exportador neto de hidrocarburos, hoy importa combustible y no puede garantizar el abastecimiento a su propia población. El presidente Paz lo resumió con amargura en su discurso de posesión: «¿Dónde está el bendito mar de gas que nos prometieron?».

El museo de Orinoca no es un caso aislado. Es apenas el símbolo más grotesco de una política de despilfarro que dejó sembrado el territorio boliviano de «elefantes blancos»: la sede de la UNASUR en Cochabamba, un edificio faraónico para una organización que prácticamente dejó de existir; el estadio de Cliza; la Villa Olímpica; plantas de industrialización que nunca funcionaron; empresas estatales deficitarias creadas, según los críticos, únicamente para emplear a militantes. El diputado Óscar Balderas ha llegado a proponer que el museo de Evo sea convertido en una cárcel para condenados por corrupción. «Este es un mensaje para que los elefantes blancos que han sido monumentos de despilfarro cumplan una función social», argumentó. La propuesta, más allá de su viabilidad, refleja el hartazgo de una sociedad que ve cómo infraestructuras millonarias se deterioran sin generar beneficio alguno. Porque el museo de Orinoca, según informes periodísticos, no funciona. Está cerrado al público. Se deteriora. Su refacción costaría más de 2 millones de bolivianos, casi la mitad del presupuesto anual del municipio al que pertenece. Nadie quiere hacerse cargo de él: ni el gobierno central, ni la gobernación, ni la alcaldía. Es, en palabras de un exlegislador departamental, «un nefasto regalo envenenado» que «hoy se está cayendo en pedazos».

El presidente Paz ha sido claro: Bolivia debe abrirse al mundo, pero solo al mundo democrático. En un gesto cargado de simbolismo, excluyó de su ceremonia de investidura a los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua, decisión que provocó la suspensión del país de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). «Nunca más una Bolivia aislada del mundo», proclamó el nuevo mandatario. En sus primeras semanas como presidente electo, Paz viajó a Estados Unidos, se reunió con el secretario de Estado Marco Rubio, con representantes del FMI, del BID, del Banco Mundial, y consiguió un acuerdo de financiamiento de 3.100 millones de dólares con la CAF. El subsecretario de Estado estadounidense, Christopher Landau, anunció el restablecimiento de relaciones a nivel de embajadores, marcando el fin de años de distanciamiento diplomático. Es un giro de 180 grados respecto a la política exterior del MAS, que privilegió las alianzas con regímenes autoritarios y mantuvo una retórica antiimperialista que, a la postre, no se tradujo en beneficios tangibles para la población boliviana.

Gobernar Bolivia no será fácil. El presidente Paz hereda una crisis estructural que no se resolverá con discursos ni con buenos deseos. Su equipo económico ha adelantado que se eliminarán los subsidios a los combustibles «de manera ordenada», una medida impopular pero necesaria que pondrá a prueba la capacidad de comunicación y gestión del nuevo gobierno. La oposición del MAS, aunque dividida entre «evistas» y «arcistas», sigue siendo una fuerza política relevante. El propio Evo Morales ha pedido diálogo, aunque el presidente Paz ha respondido con desconfianza: «Don Evo es tramposo para hacer política». Pero más allá de las dificultades, lo que Bolivia vive hoy es un momento de esperanza. La expresidenta interina Jeanine Áñez, recientemente liberada tras más de cuatro años en prisión, lo expresó con claridad: «Comienza un nuevo ciclo para Bolivia».

Veinte años de un partido en el poder. Casi dos décadas de un proyecto político que prometió transformar Bolivia y acabó, según sus críticos, saqueándola. Un museo de 8 millones de dólares para exhibir pantuflas de hotel. Reservas agotadas. Filas para conseguir gasolina. Una deuda externa estratosférica. El presidente Rodrigo Paz Pereira tiene razón cuando dice que «la traición se paga». Bolivia decidió en las urnas poner fin a un ciclo que comenzó con promesas de justicia social y terminó con acusaciones de corrupción, culto a la personalidad y despilfarro monumental. Ahora corresponde al nuevo gobierno demostrar que puede hacer las cosas de manera diferente. Que puede administrar los escasos recursos con responsabilidad. Que puede devolver a Bolivia la estabilidad económica y la dignidad institucional. Que puede, en definitiva, invertir en producción y no en pantuflas.

El pueblo boliviano, que expresó su voluntad con «el arma más poderosa que existe: el voto y la democracia», estará vigilante. Ya no más museos. Ya no más canchitas. Ya no más culto a la personalidad. Es hora de trabajar. Bolivia ha despertado. Y lo ha hecho de pie.

Te puede interesar
paz_y_lara

Dualidad de poder en Bolivia: cuando la grieta en el Ejecutivo se vuelve pública

Redacción
Editorial22 de noviembre de 2025

La crisis política que atraviesa el Ejecutivo boliviano ha dejado de ser un desacuerdo interno para transformarse en un conflicto abierto que expone una peligrosa dualidad de poder en el corazón del Estado. Las declaraciones del vicepresidente Edmand Lara, en las que cuestiona la idoneidad del ministro de Gobierno Marco Antonio Oviedo por supuestos procesos judiciales pendientes y denuncia una falta de voluntad real para combatir la corrupción dentro de la Policía Boliviana, escalan una tensión inédita en la relación con el presidente Rodrigo Paz.

Lo más visto
Rodrigo Paz Foto 2

Bolivia: El amanecer de una nueva era tras dos décadas de despilfarro

Redacción
EditorialEl lunes

Hace menos de un mes, el 8 de noviembre, Rodrigo Paz Pereira juró como presidente de Bolivia con una fórmula que marcaba ya una ruptura simbólica: «Dios, patria y familia, sí, juro». Con esas palabras, pronunciadas bajo la lluvia que él mismo interpretó como una «limpia» de la Pachamama, se cerraba un ciclo de casi veinte años de hegemonía del Movimiento al Socialismo y se abría un capítulo inédito en la historia del país altiplánico.

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email