Opinión Ignacio Vera de Rada Ayer

Por mucho menos se fue el Goni

COLUMNA: La espada en la palabra

Durante la época crítica que enfrentó Bolivia en 2003, cuando el Gobierno de Sánchez de Lozada, yo cursaba el tercero de primaria y tenía ocho años, pero ya me gustaba escuchar noticias y me daba cuenta de lo que estaba ocurriendo en el país. Me intrigaba —y sé que lo que continúa es políticamente incorrecto— cómo personas de un nivel educativo relativamente bajo y, principalmente, que tenían —como todo el mundo, además— intereses sobre todo económicos y de corto plazo podían indignarse hasta ese grado por un asunto de pueril nacionalismo; a saber, por la posibilidad de que Bolivia exportase gas por Chile, país que, debido a la guerra del Pacífico, abrió profundas heridas en las sensibilidades del grueso de la nación boliviana (sobre todo del occidente). Me parecía una razón baladí, pues deducía que los réditos económicos de aquella exportación gasífera podrían ser beneficiosos para el país y para aquellos que armaban barricadas en las calles y se exponían a la muerte.

Obviamente ya con los años me di cuenta de que más allá de todo eso había varios otros motivos más para la sedición: un neoliberalismo que había sido corrupto y odiosamente exclusivo (que no había incluido a sectores sociales históricamente marginados) y un sistema de partidos decadente y que ya estaba en estado de coma; todo eso, comprensiblemente, había terminado cabreando a la sociedad. Lo de la exportación de gas por Chile debía ser, por tanto, solo la punta de un gigantesco iceberg.

Sin embargo, considero que la crisis actual supera con creces a aquella de inicios de siglo, pues ahora no hay dólares ni carburantes, los precios de la mayor parte de los bienes y servicios se han incrementado (y los pronósticos económicos indican que seguirán escalando) y muchas operaciones financieras con comercios del exterior ya no pueden realizarse desde este país que ha quedado más aislado. Pero aparte de todo este difícil panorama económico, hay casi 20 años de un régimen que destruyó sistemáticamente las instituciones, violó reiteradas veces la Constitución que aquel mismo puso en vigencia, robó en cantidades inimaginables y malversó fondos públicos como nunca antes en la historia (60 mil millones de dólares de la renta petrolera y 20 mil millones de reservas internacionales).

En este sentido, cualquier persona reflexiva puede legítimamente preguntarse a qué se debe este estoicismo, esta pasividad (resiliencia le llaman muchos) social generalizada… Puede preguntarse, por ejemplo, por qué dos sociedades históricamente tan levantiscas como la alteña y la paceña, ahora quedan más o menos indiferentes ante la manifiesta incapacidad del actual régimen. (Digo a propósito “régimen” y no “gobierno”, porque creo que la incapacidad de los operadores políticos no es propia solo del gobierno de Arce Catacora, sino de todo el llamado Proceso de Cambio.) O puede preguntarse qué hay de Santa Cruz de la Sierra, aquella ciudad que muchos consideran un bastión político emergente… ¿Será que las masivas protestas ciudadanas que provocaron la caída de Evo Morales en 2019 generaron un hastío crónico en la sociedad, un efecto de cansancio que se prolonga hasta el presente?

Léase este artículo palabra por palabra: no estoy incitando a la sedición ni nada parecido, sino haciendo un análisis crítico para dar cuenta de cómo las sociedades pueden reaccionar de muy diferentes maneras ante situaciones críticas relativamente similares. En 2003 había una crisis política, social y, en menor grado, económica, y hubo enfrentamientos sangrientos, decenas de muertes y el derrocamiento de un gobierno. En 2025 hay una crisis multidimensional y galopante: política, social y, sobre todo, económica, pero las personas están aparentemente impávidas. ¿Se deberá esta actitud pasiva y hasta indiferente a la proximidad de las elecciones generales y la consecuente esperanza de que en tal evento se podrá elegir un nuevo gobierno e inaugurar un nuevo régimen? ¿O la paciencia de las personas estará llegando al límite y, por tanto, hay el peligro de un gran levantamiento? En caso de que se llegue a las elecciones de agosto, ¿cómo se decantarán las preferencias en el voto, ahora que se sabe que el tal modelo económico social comunitario productivo era un fiasco?

Ante la actual reacción pasiva de la sociedad boliviana no respuestas, solo preguntas.

Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social